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Ya eran las nueve. La pequeña ciudad de Vauchamp acababa de meterse en la cama, muda y oscura, bajo la glacial lluvia de noviembre. En la calle de Récollets, una de las más estrechas y menos transitadas del barrio de Saint- Jean, una ventana seguía iluminada, en el tercer piso de una vieja casa, cuyos desvencijados canalones dejaban caer torrentes de agua. Madame Burle velaba junto a un endeble fuego de tocones de viña, mientras su nieto Charles hacía los deberes bajo la pálida claridad de una lámpara. El apartamento, alquilado por ciento sesenta francos al año, se componía de cuatro enormes habitaciones que nunca lograban calentar en invierno. Madame Burle ocupaba la más amplia; su hijo, el capitán-tesorero Burle, había elegido la habitación que daba a la calle, cerca del comedor; y el pequeño Charles, con su catre de hierro, se perdía al fondo de un inmenso salón cubierto de mohosas tapicerías que ya no se utilizaba como tal. Los escasos enseres del capitán y de su madre, muebles estilo Imperio de caoba maciza, abollados y con los apliques de cobre arrancados tras los continuos cambios de guarnición, desaparecían bajo la alta techumbre de la cual se desprendía como una fina oscuridad pulverizada. Las baldosas, pintadas de un rojo frío y duro, helaban los pies. Entre las sillas tan sólo había pequeñas alfombrillas raídas, tan desgastadas que tiritaban en medio de ese desierto barrido por todos los vientos, que se filtraban por las puertas y las ventanas dislocadas.
Madame Sourdis, nouvelle incontournable d'Émile Zola, a été publiée pour la première fois en France en 1929.Vous souhaitez lire autrement et profiter d¿une expérience de lecture originale ?Grâce à notre charte éditoriale, nous vous offrons l¿opportunité de découvrir cette nouvelle dans une édition aérée et dans un grand format, facilitant ainsi votre lecture pour vous permettre de profiter d¿une expérience de lecture unique.
Naïs Micoulin, nouvelle incontournable d'Émile Zola, a été publiée pour la première fois en France en 1884.Vous souhaitez lire autrement et profiter d¿une expérience de lecture originale ?Grâce à notre charte éditoriale, nous vous offrons l¿opportunité de découvrir cette nouvelle dans une édition aérée et dans un grand format, facilitant ainsi votre lecture pour vous permettre de profiter d¿une expérience de lecture unique.
A la vuelta, entre la aglomeración de carruajes que regresaban por la orilla del lago, la calesa tuvo que marchar al paso. En cierto momento el atasco fue tal que incluso debió detenerse. El sol se ponía en un cielo de octubre, de un gris claro, estriado en el horizonte por menudas nubes. Un último rayo, que caía de los macizos lejanos de la cascada, enfilaba la calzada, bañando con una luz rojiza y pálida la larga sucesión de carruajes inmovilizados. Los resplandores de oro, los reflejos vivos que lanzaban las ruedas parecían haberse fijado a lo largo de las molduras de un amarillo pajizo de la calesa, cuyos paneles azul fuerte reflejaban trozos del paisaje circundante. Y, en lo alto, de plano en la claridad rojiza que los iluminaba por detrás, y que hacía relucir los botones de cobre de sus capotes semidoblados, que caían del pescante, el cochero y el lacayo, con sus libreas azul oscuro, sus calzones crema y sus chalecos de rayas negras y amarillas, estaban erguidos, graves y pacientes, como sirvientes de una gran casa a quienes un atasco de carruajes no consigue enojar. Sus sombreros, adornados con una escarapela negra, tenían una gran dignidad. Sólo los caballos, un soberbio tronco de bayos, resoplaban con impaciencia.
La lamparilla, en su cuernacilla azulada, ardía sobre la chimenea, tras un libro cuya sombra oscurecía la mitad de la habitación. Daba una claridad tranquila que recortaba el velador y el canapé, perfilaba los amplios pliegues de los cortinones de terciopelo y azuleaba el espejo del armario de palisandro colocado entre las dos ventanas. La armonía burguesa de la pieza, el azul del tapizado de los muebles y de la alfombra, a esta hora nocturna, adquirían una indecisa suavidad de nube. Frente a las ventanas, en la parte en sombra, la cama, igualmente cubierta de terciopelo, formaba una masa negra, iluminada solamente por la palidez de las sábanas. Elena, con las manos cruzadas, respiraba suavemente en una actitud tranquila de madre y de viuda. En medio del silencio, el reloj dio la una. Los rumores del barrio habían muerto. Hasta estas alturas del Trocadero, París enviaba tan sólo su lejano ronquido. La leve respiración de Elena era tan suave, que no llegaba a agitar la línea casta de su pecho. Dormitaba en un sueño delicioso, tranquilo y firme, con su perfil correcto, sus cabellos castaños firmemente anudados, la cabeza inclinada, como si se hubiese dormido mientras estaba escuchando. Al fondo de la habitación, la puerta de un gabinete, abierta de par en par, agujereaba la pared con su cuadro en tinieblas.
Al entrar en su cuarto, Roubaud puso sobre la mesa el pan de a libra, el pâté y la botella de vino blanco. En la mañana, la señora Victoria había echado tanto cisco sobre el fuego de la estufa, que el calor se había convertido ya en sofocante. El segundo jefe de estación abrió una ventana y apoyó en ella sus codos. Esto sucedía en el callejón de Ámsterdam, en la última casa de la derecha, alto inmueble en el que la Compañía del Oeste hospedaba a algunos de sus empleados. Aquella ventana del quinto piso, situada en un ángulo del abuhardillado techo, daba a la estación, ancha trinchera que, cortando el barrio de Europa, ofrecía a la vista un brusco despliegue de horizonte. Y este espacio parecía aún más vasto aquella tarde, tarde de un cielo gris de mediados de febrero, de un gris húmedo y tibio que el sol atravesaba.
A las nueve, la sala del teatro Varietés aún estaba vacía. Algunas personas esperaban en el anfiteatro y en el patio de butacas, perdidas entre los sillones de terciopelo granate y a la media luz de las candilejas. Una sombra velaba la gran mancha roja del telón; no se oía ningún rumor en el escenario, la pasarela estaba apagada y desordenados los atriles de los músicos. Sólo arriba, en el tercer piso, alrededor de la rotonda del techo, en el que las ninfas y los amorcillos desnudos revoloteaban en un cielo verdeado por el gas, se escuchaban voces y carcajadas en medio de un continuo alboroto, y se veían cabezas tocadas con gorras y con sombreros, apiñadas bajo las amplias galerías encuadradas en oro. En un momento dado apareció una diligente acomodadora con dos entradas en la mano y guiando a un caballero y a una dama a la butaca que les correspondía; el hombre, de frac y la mujer, flaca y encorvada, mirando lentamente alrededor.
Decidió entonces Saccard sentarse a una mesa que abandonaba un cliente, en el hueco de una de las ventanas. Creía haberse retrasado, y, mientras cambiaban el mantel, llevó sus miradas al exterior, examinando los viandantes de la acera. Aun después de haberle preparado la mesa, no se apresuró a encargar su comida, quedando unos momentos con la vista sobre la plaza, toda alegre en esta clara jornada de principios de mayo. A aquella hora, en que todos almorzaban, permanecía casi desierta. Bajo el suave verde de los castaños, los bancos estaban desocupados. A lo largo de la reja, en el estacionamiento de coches, la fila de éstos se prolongaba de punta a punta, y el ómnibus de la Bastilla se detenía en su parada, en la esquina del jardín, sin dejar ni tomar viajeros. El monumento, con su columnata, sus dos estatuas y su vasto césped, quedaban bañados por el sol, que caía a plomo, mientras a su alrededor se alineaba en buen orden un ejército de sillas.
" Dans la plaine rase, sous la nuit sans étoiles, d¿une obscurité et d¿une épaisseur d¿encre, un homme suivait seul la grande route de Marchiennes à Montsou, dix kilomètres de pavé coupant tout droit, à travers les champs de betteraves. Devant lui, il ne voyait même pas le sol noir, et il n¿avait la sensation de l¿immense horizon plat que par les souffles du vent de mars, des rafales larges comme sur une mer, glacées d¿avoir balayé des lieues de marais et de terres nues. Aucune ombre d¿arbre ne tachait le ciel, le pavé se déroulait avec la rectitude d¿une jetée, au milieu de l¿embrun aveuglant des ténèbres."
French author Émile Zola wrote the novel Therese Raquin in 1868. It is a story of lust, madness and destruction. It is the story of Therese, a woman who is unwillingly married to her first cousin by an overbearing aunt who, although appearing to have the good intentions, is actually rather self-centered in many respects. Because Therese 's husband, Camille, is unwell and selfish, she has a passionate affair with Laurent, one of Camille's friends. When Laurent's boss no longer allows him to leave early, they come up with a plan to kill Camille. How Therese and Laurent murder Camille? Is he really dead or alive? Will Therese and Laurent marry and make a happy life? Read this amazing psychological fiction by Zola know the climax of this story.
Thérèse Raquin is an 1868 novel by French writer Émile Zola, first published in serial form in the literary magazine L'Artiste in 1867. It was Zola's third novel, though the first to earn wide fame. The novel's adultery and murder were considered scandalous and famously described as "putrid" in a review in the newspaper Le Figaro. Thérèse Raquin tells the story of a young woman, unhappily married to her first cousin by an overbearing aunt, who may seem to be well-intentioned but in many ways is deeply selfish. Thérèse's husband, Camille, is sickly and egocentric and when the opportunity arises, Thérèse enters into a turbulent and sordidly passionate affair with one of Camille's friends, Laurent. In his preface, Zola explains that his goal in this novel was to "study temperaments and not characters". Because of this detached and scientific approach, Thérèse Raquin is considered an example of naturalism. Thérèse Raquin was first adapted for the stage as an 1873 play written by Zola himself. It has since then been adapted numerous times as films, TV mini-series, musicals and an opera, among others.
Dernière oeuvre de Zola, publiée au lendemain de sa mort, Vérité s'inscrit dans un cycle romanesque qui apparaît comme le véritable testament spirituel de l'écrivain.A travers l'histoire de Simon, instituteur juif injustement accusé d'avoir violenté et tué un adolescent, c'est bien évidemment l'affaire Dreyfus qui transparaît, et le combat mené par Zola, qu'il paya peut-être de sa vie. Mais autour du mécanisme et des rouages de l'«erreur» judiciaire, démontés avec un réalisme souverain, c'est toute une société que dépeint le roman, dévoilant ses intérêts d'argent, ses passions, ses luttes de pouvoir. Au centre du débat l'influence de l'Eglise et la laïcité scolaire, deux thèmes majeurs de la vie française en ces années 1900.L'immense popularité des Rougon-Macquart a éclipsé quelque peu ce dernier Zola, délibérément engagé, prophétique, chez qui le naturalisme renoue avec la tradition d'un Victor Hugo.
Dernière oeuvre de Zola, publiée au lendemain de sa mort, Vérité s'inscrit dans un cycle romanesque qui apparaît comme le véritable testament spirituel de l'écrivain.A travers l'histoire de Simon, instituteur juif injustement accusé d'avoir violenté et tué un adolescent, c'est bien évidemment l'affaire Dreyfus qui transparaît, et le combat mené par Zola, qu'il paya peut-être de sa vie. Mais autour du mécanisme et des rouages de l'«erreur» judiciaire, démontés avec un réalisme souverain, c'est toute une société que dépeint le roman, dévoilant ses intérêts d'argent, ses passions, ses luttes de pouvoir. Au centre du débat l'influence de l'Eglise et la laïcité scolaire, deux thèmes majeurs de la vie française en ces années 1900.L'immense popularité des Rougon-Macquart a éclipsé quelque peu ce dernier Zola, délibérément engagé, prophétique, chez qui le naturalisme renoue avec la tradition d'un Victor Hugo.
Dernière oeuvre de Zola, publiée au lendemain de sa mort, Vérité s'inscrit dans un cycle romanesque qui apparaît comme le véritable testament spirituel de l'écrivain.A travers l'histoire de Simon, instituteur juif injustement accusé d'avoir violenté et tué un adolescent, c'est bien évidemment l'affaire Dreyfus qui transparaît, et le combat mené par Zola, qu'il paya peut-être de sa vie. Mais autour du mécanisme et des rouages de l'«erreur» judiciaire, démontés avec un réalisme souverain, c'est toute une société que dépeint le roman, dévoilant ses intérêts d'argent, ses passions, ses luttes de pouvoir. Au centre du débat l'influence de l'Eglise et la laïcité scolaire, deux thèmes majeurs de la vie française en ces années 1900.L'immense popularité des Rougon-Macquart a éclipsé quelque peu ce dernier Zola, délibérément engagé, prophétique, chez qui le naturalisme renoue avec la tradition d'un Victor Hugo.
Dernière oeuvre de Zola, publiée au lendemain de sa mort, Vérité s'inscrit dans un cycle romanesque qui apparaît comme le véritable testament spirituel de l'écrivain.A travers l'histoire de Simon, instituteur juif injustement accusé d'avoir violenté et tué un adolescent, c'est bien évidemment l'affaire Dreyfus qui transparaît, et le combat mené par Zola, qu'il paya peut-être de sa vie. Mais autour du mécanisme et des rouages de l'«erreur» judiciaire, démontés avec un réalisme souverain, c'est toute une société que dépeint le roman, dévoilant ses intérêts d'argent, ses passions, ses luttes de pouvoir. Au centre du débat l'influence de l'Eglise et la laïcité scolaire, deux thèmes majeurs de la vie française en ces années 1900.L'immense popularité des Rougon-Macquart a éclipsé quelque peu ce dernier Zola, délibérément engagé, prophétique, chez qui le naturalisme renoue avec la tradition d'un Victor Hugo.
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