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Bøker av Emilia Pardo Bazán

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  • av Emilia Pardo Bazán
    120,-

    Los cuentos de Emilia Pardo Bazán se agrupan en varias colecciones: Cuentos de Marineda, Cuentos de amor, Cuentos sacro-profanos, En tranvía (Cuentos dramáticos), Cuentos de Navidad y Reyes, Cuentos de la patria y Cuentos antiguos.En esta edición presentamos una antología de los relatos que se agrupan bajo el título de Cuentos antiguos y que contienen los siguientes títulos: La Paloma, Prejaspes, Zenana, La gota de cera, La palinodia, El mandil de cuero, Los cabellos, Al buen callar..., Fausto y Dafrosa.

  • av Emilia Pardo Bazán
    344,-

    La colección "Cuentos dramáticos", publicada en 1901 y recopilada por Emilia Pardo Bazán, representa un hito en la narrativa breve de la autora. Este conjunto de relatos, caracterizado por su diversidad temática, refleja la habilidad de Pardo Bazán para abordar con profundidad y sensibilidad una variedad de temas que son centrales en el debate social y cultural de su tiempo.Los cuentos se sumergen en las dinámicas de la familia, la mujer, los hijos y las relaciones de pareja en la sociedad contemporánea de Pardo Bazán. Con una mirada aguda y penetrante, la autora explora las complejidades y contradicciones inherentes a estas relaciones, ofreciendo una visión matizada de la vida cotidiana y los roles de género en su época. Su habilidad para retratar la psicología de sus personajes y la naturaleza de sus interacciones se destaca, brindando al lector una comprensión más profunda de las motivaciones y conflictos internos que los impulsan.Además, la colección incluye relatos que se adentran en lo histórico, lo policiaco y lo fantástico, demostrando la versatilidad narrativa de Pardo Bazán. Estos cuentos, a menudo imbuidos de un tono misterioso o inquietante, sirven para explorar aspectos más oscuros de la naturaleza humana y las fuerzas sociales que la moldean. En ellos, la autora nos entretiene, y nos incita a la reflexión crítica sobre los temas que aborda."Cuentos dramáticos" es testimonio de la época en la que fue escrita. Un ejemplo de la destreza literaria de Emilia Pardo Bazán. A través de su pluma, el lector es conducido a un viaje a través de diversas facetas de la experiencia humana, enriquecido por una prosa aguda y una visión perspicaz de la sociedad.

  • av Emilia Pardo Bazán
    437,-

    La madre naturaleza es una novela de Emilia Pardo Bazán publicada en 1887. Esta obra es la conclusión de la historia de Los pazos de Ulloa. Es uno de los ejemplos más emblemáticos del naturalismo en España. Aunque está muy lejos del naturalismo de Émile Zola, comparte algunas de las características de esta corriente literaria, pero, en general, muy atenuadas. Las dos novelas comparten personajes y escenarios, aunque es evidente que el carácter y la finalidad no es la misma. La primera, Los pazos de Ulloa, es una novela de acción centrada en la descripción de la situación política, social y religiosa de la decadente nobleza rural gallega de finales del siglo pasado.En ese ambiente un intruso, el párroco Julián, por su naturaleza devota, buena y serena, se encuentra arrastrado por los acontecimientos. Sin embargo, es incapaz (por ignorancia o cobardía) de hacer nada para cambiarlo.En cambio, La madre naturaleza, se centra en la siguiente generación de la misma familia. Así muestra cómo los pecados de los padres condenan a los hijos o, por usar la terminología naturalista, cómo el medio y la herencia genética condicionan la existencia de las personas.En este caso el intruso, Gabriel Pardo, se compromete personalmente en los hechos. A diferencia de la novela anterior, este relato muestra un tono más intimista y reflexivo sobre la naturaleza humana.La madre naturaleza es una defensa del naturalismo cristiano, ante al imperio de la naturaleza humana. Aquí se relata el amor incestuoso de los hermanos Perucho y Manuela. Aparece una nueva generación, los personajes centrales de la historia y los conflictos intensos de sus vidas. La trama describe esta pasión prohibida con ese naturalismo a la española que la autora defendió en sus ensayos.

  • av Emilia Pardo Bazán
    290,-

    Dans "Le Naturalisme", Emilia Pardo Bazán explore les tenants et aboutissants de ce mouvement littéraire du XIXe siècle qui met l'accent sur une représentation scientifique et déterministe de la réalité. En tant qu'écrivaine espagnole influente, Pardo Bazán pourrait analyser les caractéristiques clés du naturalisme et son impact sur la littérature et la société.L'auteure pourrait souligner l'importance de la méthode scientifique dans la représentation des comportements humains et des forces qui les conditionnent. Le naturalisme, selon Pardo Bazán, pourrait viser à dévoiler les aspects les plus sombres de la nature humaine, influencée par des facteurs sociaux, génétiques et environnementaux.Pardo Bazán pourrait illustrer ces idées à travers des exemples littéraires, montrant comment les écrivains naturalistes dépeignent des personnages soumis à des influences déterminantes, tels que la classe sociale, l'hérédité et l'environnement. Le réalisme brutal du naturalisme pourrait être présenté comme une tentative de dévoiler les vérités inconfortables et parfois brutales de la vie.À travers une prose réfléchie, Pardo Bazán pourrait également aborder les critiques du mouvement, soulignant les débats suscités par cette approche réaliste et souvent pessimiste de la condition humaine. Elle pourrait défendre le naturalisme comme un moyen puissant de comprendre la complexité des êtres humains et de la société.Ainsi, "Le Naturalisme" d'Emilia Pardo Bazán pourrait offrir une exploration éclairante des fondements théoriques et pratiques de ce mouvement littéraire, dévoilant ses implications profondes pour la compréhension de la nature humaine et de la société.

  • av Emilia Pardo Bazán
    276 - 423,-

  • av Emilia Pardo Bazán
    187 - 370,-

  • av Emilia Pardo Bazán
    289,-

  • av Emilia Pardo Bazán
    463,-

  • av Emilia Pardo Bazán
    290,-

    Entre La Tribuna y Los pazos de Ulloa, Emilia Pardo Bazán escribe una novela en la que se aparta de la técnica naturalista. Se trata de El cisne de Vilamorta, publicada en 1885, en la que conjuga la observación realista con ciertos elementos románticos, especialmente por el tratamiento de los personajes principales.El cisne de Vilamorta narra el amor apasionado de Leocadia, maestra de dicha localidad, con Segundo, un apuesto joven poeta de este pueblo, que alimenta el amor de su amante con poesías de Bécquer y que, fracasadas sus expectativas de mejora social y económica, emigra a América. Leocadia no puede soportar la ausencia de quien tanto había amado.El realismo está muy presente en la narración de escenas y hechos de la vida cotidiana de las zonas rurales de Galicia, incluso con elementos costumbristas, que también aparecen en otras novelas de doña Emilia, como la descripción de las populares y animadas ferias de Vilamorta o el ambiente de la época de la matanza. Los hechos narrados de la novela discurren en una pequeña ciudad de provincias, en la que apenas hay vida cultural. Posiblemente el nombre de Vilamorta haya sido elegido por su simbolismo en cuanto a su pobre vida se refiere.Algunos críticos han señalado que El cisne de Vilamorta, es una novela indudablemente influida por la atenta lectura de Madame Bovary de Flaubert. Al escribir La Tribuna, me guiaban iguales propósitos que al trazar las páginas del Cisne: estudiar y retratar en forma artística gentes y tierras que conozco, procurando huir del estrecho provincialismo, para que el libro sea algo más que pintura de usanzas regionales y aspire al honroso dictado de novela.

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    Para contrastes, el de la comunidad de Recoletas de Marineda con su hermanuco, donado o sacristán, que no sé a punto cierto cuál de estos nombres le cae mejor.Son las Recoletas de Marineda ejemplo de austeridad monástica; gastan camisa de estameña; comen de vigilia todo el año; se acuestan en el suelo, sobre las losas húmedas, con una piedra por almohada; se disciplinan cruelmente; se levantan a las tres de la mañana para orar en el coro; hablan al través de doble reja y un velo tupido; para consultar con el médico no descubren la cara, y son tan pobres, que los republicanos carniceros o polleros del mercado y las lengüilargas verduleras, al ver pasar al hermanuco con la cesta, deslizan en ella el pedazo de vaca, el par de huevos, la patata, el cuarto de gallina, el torrezno, diciendo expresivamente: "Que sea para las madres, ¿eh?; para las enfermas." Porque saben que siempre hay en la enfermería dos o tres recoletas, lo menos, y que si no lo reciben de limosna, no tendrían caldo, pues ni la regla ni la necesidad les permiten salir de bacalao y sardina.No quedaban tranquilas, sin embargo, las caritativas verduleras, y lo probaba lo recalcado de la frase: "Que sea para las madres, ¿eh?" Porque así como se figuraban a las recoletas escuálidas, magras, amarillas y puntiagudas, así veían de rechoncho, barrigón, coloradote y enjundioso al donado.Constábales, además -y a alguna por experiencia-, que el ejemplo de las madres surtía en el donado efectos contraproducentes, y que tanto cuanto eran las madres de castísimas, humildes, ayunadoras y sufridoras, era el donado... de todos los vicios opuestos a estas virtudes. No obstante, su humor jovial y bufonesco, sus cuentos verdes, sus equívocos, sus dicharachos, sus sátiras, le habían granjeado cierta popularidad en puestos y tenduchos.

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    Al pasar por delante del cementerio de aldea, me detuve un instante, mirando con interés aquella tierra como hinchada de vida, de la vida natural, que nace de la muerte. Plantas lozanas y fresquísimas reían impregnadas aún del rocío nocturno, al sol que iba a bebérselo golosamente. Eran flores de jardín, plantadas allí sin inteligencia, pero con el respeto que a sus difuntos demuestra siempre la gente labriega. Azucenas, rosas, alhelíes, margaritas, medraban en el terruño relleno de elementos favorables a su desarrollo, de abono de cuerpos humanos, y transformaban en perfumes Y en colores las descomposiciones del sepulcro. Pero, recientemente, el terreno había sido removido, y faltaban, en un espacio bastante grande, las gayas flores: la tierra aparecía desnuda. Se habían cavado allí sepulturas recientemente. Y el viejo Avelaneira, el curandero, que me acompañaba, me hizo saber que eran dos las sepulturas acabadas de abrir, y que los dos que allí se habían enterrado a un tiempo, unidos en muerte por el odio y no por el amor, eran los dos mayores enemigos de la parroquia. Inmediatamente quise recoger los hilos de aquella psicología que condujo a yacer vecinos a dos enemigos, y acaso a tener, cuando el cementerio recibiese nuevos huéspedes y no cupiesen sin hacerles sitio, abrazados sus huesos, confundidos, indiscernibles; porque, cuando el hombre se reduce a su última expresión, es cuando resuelve el problema de la suprema igualdad, no habiendo diferencia de tibia a tibia y de fémur a fémur...

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    Si el entresuelo que habitan en Madrid doña Aurora Nogueira de Pardiñas y su hijo único Rogelio no es ni de los menos obscuros ni de los mas espaciosos, tiene en desquite la ventaja inestimable de encontrarse sito en la calle Ancha de San Bernardo, tan frontero a la Universidad Central, que, hablando en plata, aquello es vivir en la Universidad misma. Encajada la señora dentro de su butaca de gutapercha, en el rincón de la ventana, mientras crece y mengua su labor de calceta sin mirarla una sola vez, sigue los pasos al adorado chiquillo, y en cierto modo, salvando la distancia de la calle y calando el espesor de las paredes, le acompaña hasta el aula misma. Le ve entrar; al salir observa si se detiene en algún grupo, y con quién charla, y cómo se ríe; conoce a todos los camaradas, a los amigotes, a los antipáticos, a los estudiosos, a los holgazanes, a los asiduos, a los que hacen rabona casi siempre. También está familiarizada con las caras de los profesores, y estudia su continente y su modo de responder al saludo de los discípulos, sacando de los signos exteriores importantes consecuencias psicológicas, relacionadas con el problema de los exámenes. ¿« ¡Ay! Allí viene ya el viejiño Contreras, el de Procedimientos. ¡Qué afable!... ¡Qué cara de santo! Anda despacito el pobre... bien se nota que padece reuma articular, como yo. ¡Malpecado! Me es simpático por eso. No, y sobre todo, porque sé que es blando y que le ha de dar a Rogelio un aprobado como una casa. Ahora sale Ruiz del Monte, tan almidonado y tan engreído. Parece todo él hecho de una pieza. ¡Pobres de nos! Con éste no valen empeños, ni influencias, ni... Arre que le han de saber los chicos la asignatura tan bien como él. Pues para eso, que les deje a ellos la catedra... y la paga. ¡Ay! Ahí tenemos al señor de Lastra. Jorobadito es un poco. ¡Qué gracia, las caricaturas que los muchachos le sacan en clase! Y se pasa de campechano. Ahí está pegándole palmadas en el hombro a Benito Díaz, el amigacho de Rogelio. Me parece uno de esos señores que dejan rodar el mundo. Bendito él sea. No sé qué se saca de disgustar a las familias y crucificar a los pobres rapaces.»

  • av Emilia Pardo Bazán
    290,-

    A mí me han puesto de mote el Abad. En esta Marineda tienen buena sombra para motes, pero en el mío no cabe duda que estuvieron desacertados. ¿Qué intentan significar con eso de Abad? ¿Que soy regalón, amigo de mis comodidades, un poquito epicúreo? Pues no creo que estas aficiones las hayan demostrado los abades solamente. Además, sospecho que el apodo envuelve una censura, queriendo expresar que vivo esclavo de los goces menos espirituales y atendiendo únicamente a mi cuerpo. Para vindicarme ante la posteridad, referiré, sin quitar punto ni coma, lo que soy y cómo vivo, y daré a la vez la clave de mi filosofía peculiar y de mis ideas.Yo friso en los treinta y cinco años, edad en que, si no se han perdido enteramente las ilusiones, al menos los huesos empiezan a ponerse durillos, y vemos con desconsoladora claridad la verdadera fisonomía de las cosas. -En lo físico soy alto, membrudo, apersonado, de tez clara y color mate, con barba castaña siempre recortada en punta, buenos ojos, y anuncios apremiantes de calvicie que me hacen la frente ancha y majestuosa. En resumen, mi tipo es más francés que español, lo cual justifican algunas gotas de sangre gala que vienen por el lado materno. -He formado costumbre de vestir con esmero y según los decretos de la moda; mas no por eso se crea que soy de los que andan cazando la última forma de solapa, o se hacen frac colorado si ven en un periódico que lo usan los gomosos de Londres. Así y todo, mi indumentaria suele llamar la atención en Marineda, y se charló bastante de unos botines blancos míos. Lo atribuyo a que en las personas de amplias proporciones y que se ven de lejos, es más aparente cualquier novedad. Mis botines blancos tenían las dimensiones de una servilleta.

  • av Emilia Pardo Bazán
    290,-

    Quedaban migajas, no muy añejas aún, del pan de la boda, cuando don Pedro celebró con Julián una conferencia, conviniendo ambos en lo urgente de que el capellán se adelantase a salir a los Pazos para adoptar varias precauciones indispensables y civilizar algo la huronera, mientras no iban a vivirla sus dueños. Julián aceptó la comisión, y entonces el señorito mostró remordimientos o escrúpulos de habérsela encomendado.¿Mire usted¿advirtió¿que allí se necesitan muchas agallas.... Primitivo es hombre de malos hígados, capaz de darle a usted cien vueltas....¿Dios delante. Matar no me matará.¿No lo diga usted dos veces¿insistió el señor de Ulloa, impulsado por voces de su conciencia, que en aquel momento se dejaban oír claras y apremiantes¿. Ya le avisé a usted en otra ocasión de cómo es Primitivo: capaz de cualquier desafuero.... Lo que yo no creo es que vaya a cometer barbaridades por gusto de cometerlas, ni aun en el primer momento, cuando le ciega el deseo de la venganza.... Con todo....No era ésta la única vez que don Pedro manifestaba sagacidad en el conocimiento de caracteres y personas, don esterilizado por la falta de nociones de cultura moral y delicadeza, de ésas que hoy exige la sociedad a quien, mediante el nacimiento, la riqueza o el poder, ocupa en ella lugar preeminente.

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    Cierto día de fiesta del mes de junio, a los postres de una comida de aldea, de las que se prolongan y degeneran en sobremesas interminables, tuve ocasión de hacer una de esas observaciones, detrás de las cuales suele vislumbrarse oculta una novela íntima o latir el asunto de un drama. Hallábase sentado frente a mí el párroco de Gondar, y como le daba de lleno en el rostro la luz de la ventana, luz que se abría paso entre las ramas de los rosales, ya sin flor, pude notar que se inmutaba y se le cubrían de amarillez las siempre coloradas mejillas al servirle el criado un frutero de cristal donde se apiñaban, negreando de tan maduras, las últimas cerezas. Lo demudado de la cara, el movimiento nervioso de la mano crispada al rechazar el frutero, eran inequívocos, y no podían proceder únicamente de repugnancia de su paladar a la sabrosa fruta; delataban algo más: una especie de horror, que sólo originan muy hondas causas morales. Apunté la observación y resolví salir cuanto antes de la curiosidad. Una hora después charlaba confidencialmente con el párroco, recorriendo la larga calle de castaños que rodea como un cinturón de sueltos cabos flotantes el soto.

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    A los pocos días supo Amparo en la Granera, convento laico donde nada se ignora, que Chinto andaba pretendiendo ingresar en el taller de la picadura. Empezó a correr y comentarse en la Fábrica la leyenda del mozo transido de amor que por estar cerca de su adorado tormento se metía en los infiernos del picado, en el lugar doliente a cuya puerta hay que dejar toda esperanza. De qué manera se las compuso Chinto para lograr su deseo, no hace al caso: lo cierto es que obtuvo la plaza, y que Amparo se lo encontró frecuentemente a la entrada y a la salida, triste como can apaleado por su amo, y sin que le dijese nunca más palabras que «Adiós, mujer... vayas muy dichosa». No cabía que Amparo, generosa de suyo, dejase de ser la primera en trabar otra vez conversación con él: hablaron de cosas indiferentes, de sus respectivas labores, y Amparo prometió visitar el taller de Chinto: que con venir diariamente a la Granera, no lo conocía aún. La Comadreja la acompañó en la visita. Descendieron juntas al piso inferior, con propósito de aprovechar la ocasión y verlo todo. Si los pitillos eran el Paraíso y los cigarros comunes el Purgatorio, la analogía continuaba en los talleres bajos, que merecían el nombre de Infierno. Es verdad que abajo estaban las largas salas del oreo, y sus simétricos y pulcros estantes; el despacho del jefe, y el cuadro de las armas de España trabajadas con cigarros, orgullo de la Fábrica; los almacenes; las oficinas; pero también el lóbrego taller del desvenado y el espantoso taller de la picadura.

  • av Emilia Pardo Bazán
    290,-

    Rendido ya de lo mucho que se prolongara la consulta aquella tarde tan gris y melancólica del mes de marzo, el Doctor Moragas se echó atrás en el sillón; suspiró arqueando el pecho; se atusó el cabello blanco y rizoso, y tendió involuntariamente la mano hacia el último número de la Revue de Psychiatrie, intonso aún, puesto sobre la mesa al lado de cartas sin abrir y periódicos fajados. Mas antes de que deslizase la plegadera de marfil entre las hojas del primer pliego, abriose con estrépito la puerta frontera a la mesa escritorio, y saltando, rebosando risa, batiendo palmas, entró una criatura de tres a cuatro años, que no paró en su vertiginosa carrera hasta abrazarse a una pierna del Doctor.-¡Nené! -exclamó él alzándola en vilo-. ¡Si aún no son las dos! A ver cómo se larga usted de aquí. ¿Quién la manda venir mientras está uno ocupado?Reía a más y mejor la chiquilla. Su cara era un poema de júbilo. Sus ojuelos, guiñados con picardía deliciosa, negros y vivos, contrastaban con la finura un tanto clorótica de la tez. Entre sus labios puros asomaba la lengüecilla color de rosa. El rubio y laso cabello le tapaba la frente y se esparcía como una madeja de seda cruda por los hombros. Al levantarla el Doctor, ella pugnó por mesarle las barbas o el pelo, provocando el regaño cómico que siempre resultaba de atentados por el estilo.

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    Fue sorpresa muy grande para todo Marineda el que se rompiesen las relaciones entre Germán Riaza y Amelia Sirvián. Ni la separación de un matrimonio da margen a tantos comentarios. La gente se había acostumbrado a creer que Germán y Amelia no podían menos de casarse. Nadie se explicó el suceso, ni siquiera el mismo novio. Solo el confesor de Amelia tuvo la clave del enigma. Lo cierto es que aquellas relaciones contaban ya tan larga fecha, que casi habían ascendido a institución. Diez años de noviazgo no son grano de anís. Amelia era novia de Germán desde el primer baile a que asistió cuando la pusieron de largo. ¡Que linda estaba en el tal baile! Vestida de blanco crespón, escotada apenas lo suficiente para enseñar el arranque de los virginales hombros y del seno, que latía de emoción y placer; empolvado el rubio pelo, donde se marchitaban capullos de rosa. Amelia era, según se decía en algún grupo de señoras ya machuchas, un "cromo", un "grabado" de La Ilustración. Germán la sacó a bailar, y cuando estrechó aquel talle que se cimbreaba y sintió la frescura de aquel hálito infantil perdió la chaveta, y en voz temblorosa, trastornado, sin elegir frase, hizo una declaración sincerísima y recogió un sí espontáneo, medio involuntario, doblemente delicioso. Se escribieron desde el día siguiente, y vino esa época de ventaneo y seguimiento en la calle, que es como la alborada de semejantes amoríos. Ni los padres de Amelia, modestos propietarios, ni los de Germán, comerciantes de regular caudal, pero de numerosa prole, se opusieron a la inclinación de los chicos, dando por supuesto desde el primer instante que aquello pararía en justas nupcias así que Germán acabase la carrera de Derecho y pudiese sostener la carga de una familia.

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    Blandos marinistas de salón, que sobresalís en los "cuatro toques" figurando una lancha con las velas desplegadas, o un vuelo de gaviotas de blanco de zinc sobre un firmamento de cobalto; y vosotros, platónicos aficionados al deporte náutico, los que pretendéis coger truchas a bragas enjutas..., no contempléis el borrón que voy a trazar, porque de antemano os anuncio que huele a marea viva y a yodo, como las recias "cintas" y los gruesos "marmilos" de la costa cántabra.¿Dónde nació la Camarona? En el mar, lo mismo que Anfítrite..., pero no de sus cándidas espumas, como la diosa griega, sino de su agua verdosa y su arena rubia. La pareja de pescadores que trajo al mundo a la Camarona habitaba una casuca fundada sobre peñascos, y en las noches de invierno el oleaje subía a salpicar e impregnar de salitre la madera de su desvencijada cancilla. Un día, en la playa, mientras ayudaba a sacar el cedazo, la esposa sintió dolores; era imprudencia que tan adelantada en meses se pusiera a jalar del arte; pero, ¡qué quieren ustedes!, esas delicadezas son buenas para las señoronas, o para las mujeres de los tenderos, que se pasan todo el día varadas en una silla, y así echan mantecas y parecen urcas. La pescadora, sin tiempo a más, allí mismo, en el arenal, entre sardinas y cangrejos, salió de su apuro, y vino al mundo una niña como una flor, a quién su padre lavó acto continuo en la charca grande, envolviéndola en un cacho de vela vieja. Pocos días

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    Había un compañero de oficina, un señor Picardo, que nos divertía infinito -díjome el cesante, sacudiendo momentáneamente la preocupación que le abruma, a consecuencia de haberse quedado sin empleo-. Tanto nos divertía, que desde que él faltó, la oficina parecía un velatorio, a pesar de las diabluras y humoradas de nuestro célebre Reinaldo Anís.Picardo y Anís andaban enzarzados siempre, y eran impagables sus peloteras. Ha de saberse que Picardo, siendo un cuitado en el fondo, tenía un genio cascarrabias. Por eso nos entretenía pincharle, porque saltaba, ¡saltaba como un diablillo! Y era perderse de risa oír los desatinos que discurría Anís, las invenciones que se traía cada mañana para desesperar al santo varón.Picardo padecía la enfermedad de admirar; era apasionado de Moret, a quien oía en la tribuna del Congreso; apasionado de Silvela, como estadista; apasionado de la Barrientos, desde una noche que le regalaron unos paraísos y oyó el Barbero. Y nosotros le volvíamos tarumba negando la elocuencia de don Segismundo, el acierto de don Francisco y los gorgoritos de la diva. Anís ponía a votos la cuestión.-Verá usted lo que todos opinan...-A mí no me convencen ustedes. Cada cual tiene su criterio.

  • av Emilia Pardo Bazán
    290,-

    La primer señal por donde Asís Taboada se hizo cargo de que había salido de los limbos del sueño, fue un dolor como si le barrenasen las sienes de parte a parte con un barreno finísimo; luego le pareció que las raíces del pelo se le convertían en millares de puntas de aguja y se le clavaban en el cráneo. También notó que la boca estaba pegajosita, amarga y seca; la lengua, hecha un pedazo de esparto; las mejillas ardían; latían desaforadamente las arterias; y el cuerpo declaraba a gritos que, si era ya hora muy razonable de saltar de cama, no estaba él para valentías tales. Suspiró la señora; dio una vuelta, convenciéndose de que tenía molidísimos los huesos; alcanzó el cordón de la campanilla, y tiró con garbo. Entró la doncella, pisando quedo, y entreabrió las maderas del cuarto-tocador. Una flecha de luz se coló en la alcoba, y Asís exclamó con voz ronca y debilitada: -Menos abierto... Muy poco... Así. -¿Cómo le va, señorita? -preguntó muy solícita la Ángela (por mal nombre Diabla)-. ¿Se encuentra algo más aliviada ahora?

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    Con gran sorpresa oyó Isabel de boca de su amiga Claudia, mujer formal entre todas, y en quien la belleza sirve de realce a la virtud, como al azul esmalte el rico marco de oro, la confesión siguiente:-Aquí, donde me ves, he cometido una infidelidad crudelísima, y si hoy soy tan firme y perseverante en mis afectos, es precisamente porque me aleccionaron las tristes consecuencias de aquel capricho.-¡Capricho tú! -repitió Isabel atónita.-Yo, hija mía... Perfecto, sólo Dios. Y gracias cuando los errores nos enseñan y nos depuran el alma.Con levadura de malignidad, pensó Isabel para su bata de encaje:"Te veo, pajarita... ¡Fíese usted de las moscas muertas! Buenas cosas habrás hecho a cencerros tapados... Si cuentas esta, es a fin de que creamos en tu conversión."Y, despierta una empecatada curiosidad y una complacencia diabólica, volvióse la amiga todo oídos... Las primeras frases de Claudia fueron alarmantes.-Cuando sucedió estaba yo soltera todavía... La inocencia no siempre nos escuda contra los errores sentimentales. Una chiquilla de dieciséis años ignora el alcance de sus acciones; juega con fuego sobre barriles atestados de pólvora, y no es capaz de compasión, por lo mismo que no ha sufrido...La fisonomía de Claudia expresó, al decir así, tanta tristeza, que Isabel vio escrita en la hermosa cara la historia de las continuas y desvergonzadas traiciones que al esposo de su amiga achacaban con sobrado fundamento la voz pública. Y sin apiadarse, Isabel murmuró interiormente:"Prepara, sí, prepara la rebaja... Ya conocemos estas semiconfesiones con reservas mentales y excusas confitadas... El maridito se aprovecha; pero por lo visto has madrugado tú... Pues por mí, absolución sin penitencia, hija... ¡Y cómo sabe revestirse de contrición!"En efecto, Claudia, cabizbaja, entornaba los brillantes ojos, velados por una humareda oscura, profundamente melancólica.

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    A la verdad, aunque todas las misas sean idénticas y su valor igualmente infinito como sacrificio en que hace de víctima el mismo Dios, yo preferí siempre oír la del señor doctoral de Marineda, figurándome que si los ángeles tuviesen la humorada de bajarse del cielo, donde lo pasan tan ricamente, para servir de monaguillos a los hijos de los hombres, cualquier día veo a un hermoso mancebo rubio, igual que lo pintan en las Anunciaciones, tocando la campanilla y alzándole respetuosamente al señor doctoral la casulla.Vivía el señor doctoral con su ama, mujer que había cumplido ya la edad prescrita por los cánones, y con un gato y un tordo, de los que en Galicia se conocen por "malvises", y silban y gorjean a maravilla, remedando a todas las aves cantoras. La casa era, más que modesta, pobre, y sin rastro de ese aseo minucioso que es el lujo de la gente de sotana. Porque conviene saber que el ama del doctoral, doña Romana Villardos Cabaleiros, había sido, in illo tempore, toda una señora, en memoria de lo cual tenía resuelto trabajar lo menos posible, y señora muy padecida, llena de corrimientos y acedumbres, en memoria de la cual seis días cada semana se guillaba enteramente, entregándose a tristes recordaciones y olvidando que existen en el mundo escobas y pucheros. En el hogar del canónigo ocurrían a menudo escenas como la siguiente:Volvía de decir la misa, y mientras arriaba los manteos y colgaba de un clavo gordo la canaleja, su débil estómago repetía con insinuante voz. "Es la horita del chocolate". Alentado por tan reparadora esperanza, el doctoral se sentaba a aguardar el advenimiento del guayaquil. Pasaba un cuarto de hora, pasaba media... Ningún síntoma de desayuno. Al fin, el doctoral gritaba con voz tímida y cariñosa:-¡Doña Romana..., doña Romana!Al cabo de diez minutos respondía un lastimero acento:-¿Qué se ofrece?-¿Y... mi chocolate?-¡Ay! -exclamaba la dolorida dueña-. Hoy no estoy yo para nada... ¿Sabe usted qué día es?-Jueves, 6 de febrero; Santas Dorotea y Revocata...-Justo... El día que, hallándome yo más satisfecha, voy y recibo la carta con la noticia de que mi cuñado el comandante se había muerto del vómito en Cuba... ¡Ay Dios mío! ¡El Señor de la vida me dé paciencia y resignación!

  • av Emilia Pardo Bazán
    290,-

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    Fuera, llueve: lluvia blanda, primaveral. No es tristeza lo que fluye del cielo; antes bien, la hilaridad de un juego de aguas pulverizándose con refrescante goteo menudo. Dentro, en la paz de una velada de pueblo tranquilo, se intensifica la sensación de calmoso bienestar, de tiempo sobrante, bajo la luz de la lámpara, que proyecta sobre el hule de la mesa un redondel anaranjado.La claridad da de lleno en un objeto maravilloso. Es una placa cuadrilonga de unos diez centímetros de altura. En relieve, campea destacándose una figurita de mujer, ataviada con elegancia fastuosa, a la moda del siglo XV. Cara y manos son de esmalte; el ropaje, de oros cincelados y también esmaltados, se incrusta de minúsculas gemas, de pedrería refulgente y diminuta como puntas de alfiler. En la túnica, traslucen con vítreo reflejo los carmesíes; en el manto, los verdes de esmaragdita. Tendido el cabello color de miel por los hombros, rodea la cabeza diadema de diamantillos, sólo visibles por la chispa de luz que lanzan. La mano derecha de la figurita descansa en una rueda de oro obscuro, erizada de puntas, como el lomo de un pez de aletas erectas. Detrás, una arquitectura de finísimas columnas y capitelicos áureos.En sillones forrados de yute desteñido, ocupan puesto alrededor de la mesa tres personas. Una mujer, joven, pelinegra, envuelta en el crespón inglés de los lutos rigurosos. Un vejezuelo vivaracho, seco como una nuez. Un sacerdote cincuentón, relleno, con sotana de mucho reluz, tersa sobre el esternón bombeado.

  • av Emilia Pardo Bazán
    229,-

    -Hoy es un día muy señalado y una noche en que no se debe cenar solo -dijo Rosálbez, el banquero, a su amigo el joven conde Planelles, a quien encontró "casualmente" en su misma calle, casi frente al suntuoso palacio. Usted es soltero, no tendrá quizá comprometida la cena... Si quiere hacernos el obsequio de aceptar..., a las ocho en punto... Yo apenas cenaré: me siento malucho del estómago; usted despachará mi parte...-Mil gracias, y aceptado -respondió cordialmente el conde-. Pensaba cenar con unos cuantos en el Nuevo Club. Les aviso, y en paz... Aunque casi no era necesario avisarlos: al no verme allí...-¡Perfectamente! Hasta luego -murmuró Rosálbez, saltando a su berlinita, que le aguardaba para llevarle, como todos los días, a una plazuela, y de allí, a pie, a cierta casa, hasta la cual no le convenía que llegase el coche.Era el secreto de Polichinela, como dicen nuestros vecinos los franceses; nadie ignoraba en Madrid que Rosálbez protegía a aquella rasgada moza, Lucía la Cordobesa, de tanta gracia y garabato, y que el entretenimiento le salía carísimo: el que lo tiene lo gasta.Ha de saberse que Rosálbez, el opulento, había llegado a los cincuenta y seis años, y empezaba a cambiar sensiblemente de genio y de gusto. En otro tiempo no necesitaba la nota afectuosa en sus relaciones con mujeres: sólo exigía que le divirtiesen un instante. Ahora, sin duda, el desgaste físico de la edad reblandecía sus entrañas, y lo que buscaba era agrado tranquilo, el halago suave de un mimo filial. Su hija verdadera, Fanny, le demostraba un respeto helado, una obediencia pasiva y mecánica, y Rosálbez aspiraba a encontrar en la Cordobesa espontaneidad, calor amoroso, algo distinto, algo que removiese ceniza y alzase suaves llamas. Con esta esperanza y este deseo, llamaba a su puerta el día de Navidad.Lucía estaba en su tocador. Vestía una bata de franela rosa. La doncella, que le recogía con ancho peine la magnífica mata de pelo ondulado, de un negro azabache, al ver entrar al protector retiróse discretamente.

  • av Emilia Pardo Bazán
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    EL HÉROE.- (Deteniéndose en el umbral de la gloria.) Señor de cielos y tierra, ¿es verdad que voy a entrar en la mansión de los escogidos? Apenas me atrevo a creer tamaña ventura. ¿Cuáles han sido mis merecimientos, Señor, para que te dignes mirar con indulgencia a tu siervo? ¿Yo en la gloria? ¿Yo entre santos, mártires, confesores y vírgenes, tronos, jerarquías, potestades y dominaciones?VOZ DEL ESPÍRITU DE DIOS.- (Que sale de una ardiente nube.) No estarás entre los santos, ni entre los vírgenes, porque no lo eres. Entre los mártires y confesores bien podrías, pues algún martirio padeciste y algunas veces me confesaste. Si sólo los santos entrasen en el cielo, muy solitaria se hallaría mi mansión. La santidad, como el genio luminoso y la belleza soberana, es patrimonio de pocos. ¿Has imaginado tú que Yo crie, perfeccioné y redimí al género humano para destinarle a condenación eterna, verle retorcerse en el fuego del Purgatorio o aullar en los braseros del Infierno?EL HÉROE.- (Transportado de alegría.) Señor, es cierto que si pequé, mi corazón no es el de un malvado. Yo deseaba guardar tus mandamientos, aunque no los he guardado siempre, y en Ti he creído y esperado con firmeza. Nunca, aun en medio de las pruebas que te dignaste enviarme, se entregó mi alma a la negra desesperación, ni osó desconfiar de Tu providencia, ni censurar Tu obra, ni renegar del don precioso de la vida que otorgaste a Tus criaturas. No te serví con el celo y fervor que debiera, pero Tú sabes que no he sido impío. Sin embargo, estoy confuso... Nada hice bueno, y algo malo sí... ¡Algo muy malo!...VOZ DEL ESPÍRITU.- (Suave, armoniosa y musical, como si brotase de los registros más delicados de un órgano.) Has amado mucho. Recuerda que a quien mucho ama, mucho se le perdona. Tu corazón fue un foco de ternura. Eres el Padre, por otro nombre el Pelícano. En tus párpados hay huellas de llanto y señales de prolongadas vigilias. En tus manos no veo ni oro ni jirones de honra. Ábrelas... Están vacías. En una de ellas...

  • av Emilia Pardo Bazán
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    Las cuatro de la tarde ya y aún no se ha levantado un soplo de brisa. El calor solar, que agrieta la tierra, derrite y liquida a los negruzcos segadores encorvados sobre el mar de oro de la mies sazonada. Uno sobre todo, Selmo, que por primera vez se dedica a tan ruda faena, siéntese desfallecer: el sudor se enfría en sus sienes y un vértigo paraliza su corazón.¡Ay, si no fuese la vergüenza! ¡Qué dirán los compañeros si tira la hoz y se echa al surco!Ya se han reído de él a carcajadas porque se abalanzó al botijón vacío que los demás habían apurado...Maquinalmente, el brazo derecho de Anselmo baja y sube; reluce la hoz, aplomando mies, descubriendo la tierra negra y requemada, sobre la cual, al desaparecer el trigo que las amparaba, languidecen y se agostan aprisa las amapolas sangrientas y la manzanilla de acre perfume. La terca voluntad del segadorcillo mueve el brazo; pero un sufrimiento cada vez mayor hace doloroso el esfuerzo.Se asfixia; lo que respira es fuego, lluvia de brasas que le calcina la boca y le retuesta los pulmones. ¿A que se deja caer? ¿A que rompe a llorar? Tímidamente, a hurtadas, como el que comete un delito, se dirige al segador más próximo:-¿No trairán agua? Tú, di, ¿no trairán?-¡Suerte has tenido, borrego! Ahí viene justo con ella La Sordica...Anselmo alza la cabeza, y, a lo lejos sobre un horizonte de un amarillo anaranjado, cegador, ve recortarse la figura airosa de la mozuela, portadora del odre, cuya sola vista le refrigera el alma.

  • av Emilia Pardo Bazán
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    El día que encontré esta leyenda en una crónica franciscana, cuyas hojas amarillentas soltaban sobre mis dedos curiosos el polvillo finísimo que revela los trabajos de la polilla, quedéme un rato meditabunda, discurriendo si la historia, que era edificante para nuestros sencillos tatarabuelos, parecía escandalosa a la edad presente. Porque hartas veces observo que hemos crecido, si no en maldad, al menos en malicia, y que nunca un autor necesitó tanta cautela como ahora para evitar que subrayasen sus frases e interpreten sus intenciones y tomen por donde queman sus relatos inocentes. Así todos andamos recelosos y, valga esta propia metáfora, barba sobre el hombro, de miedo de escribir algo pernicioso y de incurrir en grandísima herejía.Pero acontece que si llega a agradarnos o a producirnos honda impresión un asunto, no nos sale ya fácilmente de la cabeza, y diríase que bulle y se revuelve allí cula el feto en las maternas entrañas, solicitando romper su cárcel oscura y ver la luz. Así yo, desde que leí la historia milagrosa que - escrúpulos a un lado- voy a contar, no sin algunas variantes, viví en compañía de la heroína, y sus aventuras se me aparecieron como serie de viñetas de misal, rodeadas de orlas de oro y colores caprichosamente iluminadas, o a modo de vidriera de catedral gótica, con sus personajes vestidos de azul turquí, púrpura y amaranto. ¡Oh, quién tuviese el candor, la hermosa serenidad del viejo cronista para empezar diciendo: "¡En el nombre del Padre...!"

  • av Emilia Pardo Bazán
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    La caravana se alejó, dejando al camellero enfermo abandonado al pie del pozo.Allí las caravanas hacen alto siempre, por la fama del agua, de la cual se refieren mil consejas. Según unos, al gustarla se restaura la energía; según otros, hay en ella algo terrible, algo siniestro.Los devotos de Alí, yerno y continuador de la obra religiosa y política de Mohamed, profesan respeto especial a este pozo; dicen que en él apagó su sed el generoso y desventurado príncipe, en el día de su decisiva victoria contra las huestes de su jurada enemiga Aixa o Aja, viuda del Profeta. Como no ignoran los fieles creyentes, en esta batalla cayó del camello que montaba la profetisa, y fue respetada y perdonada por Alí, que la mandó conducir a La Meca otra vez. Aseguran que de tal episodio histórico procede la discusión sobre las cualidades del agua del Pozo de la Vida. Es fama que Aixa la ilustre, una de las cuatro mujeres incomparables que han existido en el mundo, al acercar a sus labios el agua cuando la llevaban prisionera y vencida, aseguró que tenía insoportable sabor.El camellero no pensaba entonces en el gusto del agua. Miraba desvanecerse la nube de polvo de la caravana alejándose, y se veía como náufrago en el mar de arena del desierto.Verdad que el pozo se encontraba enclavado en lo que llaman un oasis; diez o doce palmeras, una reducida construcción de yeso y ladrillo destinada a bebedero de los camellos y albergue mezquino y transitorio para los peregrinos que se dirigían a la mezquita lejana; a esto se reducía el oasis solitario. Devorado por la calentura, que secaba la sangre en sus venas, el camellero, frugal y sobrio siempre, ahora apenas se acercaba al alimento, a las provisiones de harina y dátiles. Su sostén era el agua del pozo.

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