Gjør som tusenvis av andre bokelskere
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Como ya es habitual en los textos de René Rodríguez Soriano, la musicalidad de su prosa y ese ritmo sutil y vertiginoso con el que va envolviéndolo todo, en No les guardo rencor, papá, de nuevo nos invita a vivir momentos y lugares que, aunque por circunstancias de la vida, estuvieran lejos en el tiempo y el espacio terminarían pareciéndonos tan cercanos y tan nuestros, como si hubiéramos estado allí.Como en un fresco coral y a viva voz, un niño de esos que sueñan despiertos y ven más allá de donde la gente normal alcanza a ver; una joven que desde hace tiempo puso a buen recaudo sus muñecas y su cajita de música; y un joven que, junto a otros de sus compañeros universitarios, siente que fuera de los libros late una nación, un pueblo, un sentimiento que está a punto de develar las garras de la ignominia y el oscurantismo, dan carne y alma a una historia que lo desestabiliza todo y se cuenta, a la vez que denuncia y anuncia nuevas formas para contar la historia de una historia.
Andar por los versos de René Rodríguez Soriano es deambular también por el paraíso de la palabra, lugar místico al cual acudimos en nuestros momentos de necesidad para encontrar asilo. Es entrar a su mundo por la puerta grande, pisar los caminos que él mismo creó y que develan la evolución del hombre de letras que es. Paso a paso su poesía nos lleva hasta sus posibles metas, sus posibles propósitos y sus evoluciones. Digo posibles pues no es sencillo obtener la verdad por nosotros mismos, cuando él, niño travieso, escribe desde una postura de creación tan íntima con el lenguaje que da paso a la implementación de propuestas lúdicas e irónicas en su manejo. La palabra es su juguete sagrado.
Las pérdidas y los desencuentros son los ejes fundamentales sobre los cuales se balancean, debaten y argumentan los personajes que cruzan de un lado a otro el apretado y vasto mundo escritural de Eduardo Lantigua; autor que, con apenas tres libros publicados -dos de relatos y uno de poesía- ha logrado concitar la atención de un selecto grupo de lectores conscientes de haber descubierto una veta, un filón singular de invaluables quilates. Y de eso, con el más absoluto respeto por las palabras, es precisamente de lo que trata este libro: leer y compartir hasta donde nos sea posible las luces y asombros del arduo y callado trabajo de un autor que, en un selecto número de páginas, ha querido legarnos una especie de manual donde el rigor y el placer nadan y se dan la mano a toda luz, a su aire. Mejor título no podría tener un volumen que tuviera por propósito esta labor, Eduardo Lantigua, una lectura inagotable es hija de esa pasión a la que sus textos nos convidan.
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