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Fortín en tiempo de la guerra de indios, Pago Chico había ido cristalizando a su alrededor una población heterogénea y curiosa, compuesta de mujeres, de soldados, -chinas- acopiadores de quillangos y plumas de avestruz, compradores de sueldos, mercachifles, pulperos, indios mansos, indiecitos cautivos -presa preferida de cuanta enfermedad endémica o epidémica vagase por allí.El fortín y su arrabal, análogo al de los castillos feudales, permanecieron largos años estacionarios, sin otro aumento de población que el vegetativo -casi nulo porque la mortalidad infantil equilibraba casi a los nacimientos, pero cuyos claros venían a llenar los nuevos contingentes de tropas enviados por el gobierno.Mas cuando los indios quedaron reducidos a su mínima expresión - «civilizados a balazos»-, la comarca comenzó a poblarse de «puestos» y «estancias» que muy luego crecieron y se desarrollaron, fomentando de rechazo la población y el comercio de Pago Chico, núcleo de toda aquella vida incipiente y vigorosa.
Dos viajeros, un hombre y una mujer, indígenas a juzgar por su aspecto y traje, cruzaban al caer la tarde de un tibio día de mayo de 1656, el amplio valle de Catamarca: el sol iba a ponerse tras del Ambato, los viajeros parecían rendidos por una larga jornada, y cerca no se veía habitación alguna.-Aquí podíamos quedarnos -dijo el hombre en castellano, señalando un alto paaj puca (quebracho colorado), que sobresalía en un bosquecillo de algarrobos, vinales y mistoles, entretejidos de enredaderas.-Como te parezca -contestó la mujer, que tenía marcado acento quichua, así como andaluz su compañero.Depositó bajo el árbol las alforjas de lana de colores que llevaba, y haciendo en seguida un montón de ramillas y hojarasca, batió el eslabón e hizo fuego, en la creciente obscuridad de la noche que caía. Bajó luego hacia el Río Grande, que corría a pocos pasos, llevando en la mano un ancho tazón de barro cocido, y volvió con él lleno de agua, preparándose a cocer el maíz que, con un poco de grasa, ají y sal como condimento, constituiría su frugal comida.El hombre, silencioso y apático, se había tendido en la espesa yerba, con los brazos bajo la cabeza, masticando lentamente un acuyico de coca.
Nací a la política, al amor y al éxito, en un pueblo remoto de provincia, muy considerable según el padrón electoral, aunque tuviera escasos vecinos, pobre comercio, indigente sociabilidad, nada de industria y lo demás en proporción. El clima benigno, el cielo siempre azul, el sol radiante, la tierra fertilísima, no habían bastado, como se comprenderá, para conquistarle aquella preeminencia. Era menester otra cosa. Y los «dirigentes» de Los Sunchos, al levantarse el último censo, por arte de birlibirloque habían dotado al departamento con una importante masa de sufragios -mayor que el natural-, para procurarle decisiva representación en la Legislatura de la provincia, directa participación en el gobierno autónomo, voz y voto delegados en el Congreso Nacional y, por ende, influencia eficaz en la dirección del país. Escrutando las causas y los efectos, no me cabe duda de que los sunchalenses confiaban más en sus propias luces y patriotismo que en el patriotismo y las luces del resto de nuestros compatriotas y de que se esforzaban por gobernar con espíritu puramente altruista.
-¿Estará usted listo para el 5? Hoy es 2, y no hay tiempo que perder. -Sí, señor; estaré.Venía yo de Santa Fe, donde acababa de asistir a la comedia política representada con motivo del cambio de gobernador, y la dirección de La Nación me invitaba a hacer un viaje al extremo austral de la República, visitando cuanto paraje encontrara al paso. La misión me sonreía, pues con ella iba a realizarse uno de mis mayores deseos: conocer esas tierras patagónicas en que muchos hombres de pensamiento cifran tan altas esperanzas, experimentar las impresiones de una navegación en pleno océano, y quizá ser útil a los habitantes cuasi solitarios de aquellas apartadas comarcas.La partida del transporte nacional Villarino estaba fijada para el 5 de febrero, a las 10 de la mañana. Debía llevar a su bordo al Dr. Francisco P. Moreno, perito argentino, y sus ayudantes militares y civiles, hasta Santa Cruz, punto de arranque de la nueva expedición emprendida por el infatigable hombre público.El 5 estuve listo, pero la partida fue postergándose hasta el 12, porque era necesario ensayar las dos lanchas Tornicroft que el Dr. Moreno iba a llevar consigo para explorar los lagos Argentino y Buenos Aires. Por fin hubo que limitar ese ensayo a la prueba de la caldera con presión de agua, y embarcar la lancha que se había armado, sin desarmarla completamente.
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