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Una obra que ofrece una mirada profunda y valiente sobre los episodios históricos entre los españoles y los indÃgenas americanos del siglo XVI. Narración detallada de un hidalgo conquistador español, esta obra es una fuerte crÃtica a la colonización y subyugación de los pueblos originariosThis work has been selected by scholars as being culturally important, and is part of the knowledge base of civilization as we know it.This work is in the "public domain in the United States of America, and possibly other nations. Within the United States, you may freely copy and distribute this work, as no entity (individual or corporate) has a copyright on the body of the work.Scholars believe, and we concur, that this work is important enough to be preserved, reproduced, and made generally available to the public. We appreciate your support of the preservation process, and thank you for being an important part of keeping this knowledge alive and relevant.
El corazón de la mujer es un arpa mágica que no suena armoniosamente sino cuando una mano simpática la pulsa.El alma y el corazón de una mujer son mundos incógnitos en que se agita el germen de mil ideas vagas, sueños ideales y deleitosas visiones que la rodean y viven con ella: sentimientos misteriosos e imposibles de analizar.El corazón de la mujer tiene, como el ala de la mariposa, un ligero polvillo; y como ésta pierde su esmalte cuando se la estruja: el polvillo es la imagen de las ilusiones inocentes de la juventud que la realidad arranca rudamente, dejándolo sin brillo y sin belleza.La mujer de espíritu poético se penetra demasiado de lo ideal, y cuando llega a formarse un culto del sentimiento, sobreviene la realidad que la desalienta y aniquila moralmente. No preguntéis la causa de la tristeza que muestran algunas, o del abatimiento, la amargura o aspereza que manifiestan otras: es porque han caído de la vida ideal, y la realidad ha marchitado sus ilusiones dejándolas en un desierto moral. Muchas no saben lo que ha pasado por ellas, pero llevan consigo un desaliento vago que les hace ver el mundo sin goces; viven solamente para cumplir un deber, y se convierten en beatas o amargamente irónicas.
Cartagena ha sido siempre para mi espíritu una de las ciudades más interesantes de Colombia, no tan sólo por su poética belleza, por la amable hospitalidad que siempre he recibido en ella las veces que la he visitado, y por su heroica historia -desde el descubrimiento, al empezar el siglo XVI, hasta los acontecimientos ocurridos allí en el año último-, sino también porque en sus playas vaga para mí el recuerdo de mi padre, a cuyo lado visité en la infancia aquellas magníficas murallas; aquellas ruinas asombrosas de una grandeza que aún no ha muerto. A él oí referir por la vez primera la historia de Cartagena, y lo sucedido allí en la época colonial y en el glorioso sitio de 1815. Estos recuerdos no se han borrado nunca de mi mente.Hacía mucho tiempo que yo deseaba escribir algo por extenso acerca de las tragedias históricas ocurridas en Cartagena; pero no había tenido ocasión de realizar aquella idea, hasta que, al encargarme del folletín de La Nación, se me ocurrió que éste debería contener algunas narraciones histórico-novelescas de interés en la actualidad, y empecé a escribir los cuadros que usted ha tenido la bondad de leer, según entiendo con algún aprecio, no por el escaso mérito que ellos tengan, sino por referirse a su ciudad natal.
Don Antonio Nariño era en el virreinato neo-granadino el hombre más elocuente, más instruido, de mayores conocimientos prácticos, más liberal y generoso, más abnegado, mas patriota y más amado entre los santafereños de cuantos existían entonces -en 1790- en la capital de la Colonia. Su popularidad en Cundinamarca era general,desde el Virrey en su palacio hasta el último artesano y labriego de la Provincia todos lo querían, le estimaban y escuchaban sus consejos ¡y sin embargo a la vuelta de pocos años todo había cambiado! Las autoridades le proscribieron y confiscaron sus bienes; sus amigos le desconocieron,unos se ocultaron,otros para no sufrir la misma suerte; su familia padeció pobrezas, después de haber gozado del primer puesto en la sociedad santafereña; su honor fué sospechado y la calumnia le persiguió hasta los últimos días de su azarosa existencia.A pesar de sus virtudes públicas y privadas la suerte, con poquísimas excepciones, siempre le fué adversa; sufrió prisiones, humillaciones, tristezas continuas durante treinta años, todo por aquel inmarcesible amor cine abrigaba en su corazón por sus ingratos compatriotas. Siempre vio frustrados sus planes: vio arrancar de su frente las coronas de gloria cine justamente deberían ceñirla y vio postergado su nombre en favor de rivales políticos que merecían menos que él vivir en el corazón de los neogranadinos. Durante su dramática existencia Nariño siempre olvidó sus propios intereses para trabajar en dar independencia á su patria; por ella luchó incesantemente, se arruinó padeció Penalidades sin cuento, hambres, enfermedades, cadenas que le hicieron perder en parte el uso de sus miembros y acabaron por llevarle á la tumba; por ella había abandonado la felicidad, los honores, hasta abatir su dignidad y su orgullo para poder llevar avante su idea y poder decir al expirar que el amor que tuvo á su patria algún día lo revelaría la historia. ¿Esta acaso lo ha revelado debidamente todavía?
Antes de empezar las relaciones histórico-novelescas que hoy se publican, queremos manifestar al lector cuál ha sido nuestro propósito al escribirlas; este es simplemente el presentar cuadros de la historia de América, bajo el punto de vista legendario y novelesco, sin faltar por eso a la verdad de los hechos en todo aquello que se relacione con la Historia. Nuestra intención es divertir instruyendo e instruir divirtiendo, sin quitar nada a la verdad de los hechos, pues LA VERDAD tiene un encanto que no se puede reemplazar con sucesos imaginarios. No hay mayor mérito a los ojos del lector como el tener la seguridad de que aquello que se refiere sucedió; que los personajes que comparecen en las páginas de la narración existieron real y positivamente, que vivieron con nosotros, pensando, sintiendo y sufriendo análogamente; que no son títeres más o menos bien inventados, cuyas cuerdas están en las manos del autor, sino seres humanos, regidos por la Providencia; que su suerte sólo es misteriosa aparentemente, puesto que hace parte, inconscientemente, del gran todo en que cada uno de nosotros tiene su papel en el mundo, y en donde somos incógnitas moléculas en la inmensa máquina de la civilización; la que, como el sol en la bóveda celeste, se dirige a un punto desconocido en el espacio, punto que debe existir, pero cuya posición y fin ignoramos, y que cada cual explica a su modo.
Medellín Febrero 7, 1900 Señora doña Soledad Acosta de Samper - BogotáMuy respetada señora y amiga mía: En la carta que tuve el gusto de escribir a usted hace ya bastantes días, y en la cual avisé a usted recibo de la parte de El Domingo que tuvo usted la generosidad de obsequiarme, le dije que una segunda carta mía la destinaba a darle cuenta de las impresiones que me causara la lectura de los escritos de usted. Habiendo recibido posteriormente la parte final de su Revista, y habiéndomela hecho leer y escuchádola con suma atención, vengo ahora a permitirme el arrojo de dar a usted cuenta del juicio que tengo formado acerca de su útil y bella producción literaria. Empleo en lo que acabo de dictar la palabra arrojo, no por falsa modestia, sino porque yo me hallo incapaz de criticar con acierto los trabajos literarios de ajena mano y de buenas inteligencias, lo que equivale á decir, entre amigos, que reflexiono y hablo únicamente a ojo de buen cubero.
La esposa que Dios me ha dado y a quien con suma gratitud he consagrado mi amor, mi estimación y mi ternura, jamás se ha envanecido con sus escritos literarios, que considera como meros ensayos; y no obstante la publicidad dada a sus producciones, tanto en Colombia como en el Perú, y la benevolencia con que el público la ha estimulado en aquellas repúblicas, ha estado muy lejos de aspirar a los honores de otra publicidad más durable que la del periodismo. La idea de hacer una edición, en libro, de las novelas y los cuadros que mi esposa ha dado a la prensa, haciéndose conocer sucesivamente bajo los seudónimos de Bertilda, Andina y Aldebarán, nació de mí exclusivamente; y hasta he tenido que luchar con la sincera modestia de tan querido autor para obtener su consentimiento.
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