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La pugna entre el Estado y la Iglesia marcó la historia de México durante los siglos XIX y XX. Si bien las hostilidades entre ambos bandos parecen cosa del pasado, la convivencia entre creyentes y no creyentes sigue siendo tensa en algunos campos, en especial en los de la cultura y la academia. Los intelectuales no creyentes con frecuencia son jacobinos o les dan la espalda a los creyentes y, en respuesta, estos suelen adoptar posiciones integristas. Hay notables excepciones, claro, pero son pocas. La situación no ha cambiado mucho desde que Gabriel Zaid la analizara en su lúcido ensayo de 1989, "Muerte y resurrección de la cultura católica".Frente a este escenario, un diálogo público entre intelectuales creyentes y no creyentes resulta indispensable para transitar hacia una nueva etapa de nuestra cultura. Esta fue la motivación para organizar una versión mexicana del Atrio de los Gentiles, proyecto pontificio que hasta ahora había tenido su foco de atención en Europa. Un Atrio mexicano no podía calcar las formas y los temas de los que se habían realizado en países como Francia o Italia. Por ello, considerando el divorcio entre los creyentes y los no creyentes mexicanos dentro del campo de la cultura, se quiso partir de una reflexión sobre las condiciones reales de un diálogo franco y constructivo entre ellos.En el encuentro participaron los jóvenes filósofos Enrique G de la G, Luis Xavier López Farjeat y Gustavo Ortiz Millán -cuyos textos se incluyen en este dossier-, Ricardo Cayuela Gally, Mons. Melchor Sánchez de Toca y quien esto escribe. Es significativo que la convocatoria del Atrio partiera de dos instituciones con irrefutables credenciales laicas: la UNAM y Letras Libres. Con esto queríamos dar el ejemplo de cómo participar en un diálogo de este tipo no es una traición a las ideas o una muestra de debilidad de quien lo convoca. El Atrio no es una estratagema para refutar o convencer al otro, sino una plataforma cívica para que los creyentes y los no creyentes alcancen un nuevo entendimiento.Se repite hasta el cansancio pero no deja de ser cierto: México enfrenta un momento crítico. La violencia ha desgarrado nuestro tejido social y es evidente que, para rezurcirlo, tenemos que echar mano de valores compartidos. Sumado a lo anterior, el activismo de Javier Sicilia le ha dado un giro a la discusión, pues nos ha obligado a reflexionar acerca de la dimensión humana e incluso espiritual de la tragedia. No debe sorprendernos, entonces, que un punto en acuerdo del Atrio haya sido que un diálogo entre creyentes y no creyentes sería de utilidad para impulsar el proceso de reconstrucción nacional. Para Ortiz Millán, un tema central de dicho diálogo tendría que ser la definición del Estado laico. Según G de la G, el tema de lo estético podría darnos luz para un mejor entendimiento. Y para López Farjeat, el diálogo habría de partir de una experiencia de la miseria y la violencia sufridas por la mayoría de los mexicanos. Sobre estos temas pueden ocuparse nuevos encuentros entre creyentes y no creyentes que podrán ser organizados por otras instituciones laicas o religiosas. Este Atrio fue solo un primer paso que tendría que replicarse en otras instancias y en otras modalidades.
El presente libro tiene como objetivo mostrar el lugar que ocupó del Libro del Apocalipsis (el último libro del Nuevo Testamento) en la mentalidad colectiva de la Nueva España del siglo XVI, actualizando las ideas milenaristas y las esperanzas mesiánicas que han resultado actuales en la época de la Reforma y Contrarreforma, pero al momento de la Conquista han recibido un significado nuevo. En el suelo novohispano el primer comentario al Libro del Apocalipsis fue compuesto por el beato Gregorio López (1542 - 1596), quien aplicó todos sus conocimientos amplios de la literatura clásica y paleocristiana y prefiguró algunos métodos de la interpretación del Apocalipsis que en lo sucesivo han gozado de popularidad en los estudios bíblicos.Gregorio López ha establecido su propio modelo del providencialismo. En el marco del presente libro se propone reconstruir cuidadosamente las referencias indirectas y oblicuas a la historiografía romana clásica (las obras de Suetonio, Flavio Josefo, Aurelio Víctor, Eutropio, los autores de los Scriptores Historiae Augustae), a la historiografía cristiana (Rufino y Eusebio de Cesárea), a los libros sibilinos, a los conceptos tomados de la literatura de los alumbrados y a otras referencias que se amalgamaron en el tejido narrativo de Gregorio López, creando una obra que lleva muchos sentidos ocultos de carácter histórico, escatológico y místico.El contenido del Libro del Apocalipsis fue usado por el ermitaño como material para rastrear la historia del Imperio Romano desde Nerón y las primeras persecuciones anticristianas hasta los tiempos de Constantino el Grande y el Primer Concilio Ecuménico. El papa Silvestre I aparece como una encarnación visible de un "ángel fuerte" quien tuviera que atar a Satanás por mil años. Así comenzó la época del milenio cristiano que se acabó en el siglo XIV por la incursión de los turcos otomanos y la derrota del Imperio Bizantino. Siguiendo la tradición etnohistórica del Renacimiento, López consideraba a los turcos otomanos como reencarnación de los pueblos bíblicos Gog y Magog, los enemigos de Israel, cuya invasión fue predicha por el profeta Ezequiel. Para un historiador empeñado en las investigaciones sobre el Apocalipsis, el Tratado de Gregorio López sirve de mucha utilidad, sobre todo porque él fue el primero quien puso el fundamento escritural para el mito guadalupano que posteriormente se desarrolló en las obras de los evangelistas guadalupanos, como lo fueron Miguel Sánchez y Lasso de la Vega. Los elementos simbólicos apocalípticos de la imagen de la Mujer vestida de Sol fueron usados para la representación iconográfica de la Virgen de Guadalupe. Sin embargo, Gregorio López todavía no elaboró los cánones interpretativos correspondientes, adhiriéndose la interpretación patrística más tradicional, pero ubicándola en un contexto histórico estcricto; según su intención, la imagen de la Virgen tuvo que reflejar un período establecido en las persecuciones anticristianas en Roma.
John Henry Newman dedicó gran parte de su esfuerzo intelectual a defender la validez de la creencia religiosa frente los ataques del racionalismo del siglo XIX. Le inquietaba ver cómo sus amigos se dejaban cautivar por el escepticismo generalizado que permeaba las cuestiones religiosas. En su obra filosófica más importante, la Gramática del asentimiento, el Cardenal pone de manifiesto que el problema de fondo es una idea reducida de lo que significa "racionalidad". Sostiene que se han establecido criterios a priori para determinar cuándo es válida una prueba y está justificado un asentimiento. Como consecuencia de esos criterios arbitrarios, la certeza religiosa parece haber perdido toda su validez. En contra de este reduccionismo, Newman buca devolverle a la razón su verdadera amplitud.En este libro, Alejandro Sada facilita la lectura de la Gramática mediante una ruta que permite comprender de manera articulada en qué consiste para Newman la adquisición de certezas sobre la realidad concreta. De esta capacidad se deriva la validez de la fe cristiana, la cual se refiere fundamentalmente a un acontecimiento concreto. Sada no se limita a exponer el pensamiento de Newman, sino que hace una valoración crítica de los alcances de su propuesta: cuando es el caso, señala sus debilidades, y ofrece sugerentes respuestas a las objeciones que se le pueden hacer al Cardenal.¿Qué tipo de valor racional tiene la certeza religiosa? ¿Cómo se diferencia de otras formas de certeza? ¿Cuál es la verdadera amplitud de la racionalidad humana? ¿Cómo se forman nuestras convicciones? Newman ofrece respuestas originales a estas preguntas, las cuales resuenan en nuestra época con una renovada urgencia. Por esta razón, tiene razón Guillermo Hurtado al decir que "es deseable que el cardenal inglés no sólo sea venerado en nuestros altares, sino que también sea estudiado en nuestras escuelas de filosofía y teología". Este libro de Alejandro Sada, continúa Hurtado, "es una contribución muy valiosa al estudio especializado del pensamiento de Newman que seguramente servirá sobremanera para ese propósito".
No había todavía alguien semejante a él, como ayuda para su vida; justamente en ese momento sucedió este grandísimo prodigio del Logos sapiente: con su mano poderosa y vivificante, dividió en dos al hombre que había creado como espectador de su universo, mi raíz y semilla de la multiplicidad de la vida y tomó una sola costilla de su costado, dando forma así a la mujer y, mezclando en sus corazones el amor, les concedió a ambos el sentirse atraídos uno por el otro. (Gregorio Nacianceno, Poema I,2,1) Con estas palabras se refiere Gregorio Nacianceno a la diferenciación hombre-mujer y con estas palabras se introduce esta obra, que presenta una investigación orientada a iluminar la problemática contemporánea sobre la diferencia sexual. Los Padres Capadocios tuvieron una rica experiencia familiar marcada por una importante presencia femenina que influyó en su reflexión teológica. Precisamente, el desarrollo de la temática inicia con la exposición de la relación que los Capadocios tuvieron con mujeres, dentro y fuera de sus familias, según consta en sus escritos. A continuación, se exploran en los tres autores las reflexiones antropológicas que están en relación con el tema de la diferencia sexual y, por último, se indaga por temas espirituales que pueden ofrecer luces para el mismo tema.Aunque estos padres no tratan de manera directa en sus obras sobre la diferencia sexual, su rica relación con mujeres influyó en sus reflexiones teológicas y espirituales permitiéndoles aportar luces que la antropología teológica puede aprovechar para repensar hoy esa diferencia.En efecto, los Capadocios consideran que la diferencia sexual no está ligada a la imagen de Dios, sin embargo, le otorgan un lugar importante en la constitución del ser humano, en su carácter de méthorios, mediador entre el mundo material y el mundo inmaterial. Además, la masculinidad y la feminidad son para ellos una metáfora espiritual y consideran que la plenitud de la vida cristiana está abierta por igual a hombres y mujeres. En síntesis, la vida cristiana y la reflexión teológica de los Capadocios contribuyen, con sus particularidades desde la antigüedad, a la tarea que impende hoy sobre la antropología teológica de pensar la diferencia sexual.
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