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Bøker i Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui-serien

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  • av Jane Austen
    290 - 384,-

  • av Alexandre Dumas
    504,-

    EN EL QUE SE HACE CONSTAR QUE, PESE A SUS NOMBRES EN «OS» Y EN «IS», LOS HÉROES DE LAHISTORIAQUE VAMOSA TENER EL HONOR DE CONTARA NUESTROS LECTORESNO TIENEN NADA DE MITOLÓGICOHace aproximadamente un año, cuando hacía investigaciones en la Biblioteca Real para mi historia de Luis XIV, di por casualidad con las Memorias del señor D¿Artagnan, impresas ¿como la mayoría de las obras de esa época, en que los autores pretendían decir la verdad sin ir a darse una vuelta más o menos larga por la Bastillä en Ámsterdam, por el editor Pierre Rouge. El título me sedujo: las llevé a mi casa, con el permiso del señor bibliotecario por supuesto, y las devoré. No es mi intención hacer aquí un análisis de esa curiosa obra, y me contentaré con remitir a ella a aquellos lectores míos que aprecien los cuadros de época. Encontrarán ahí retratos esbozados de mano maestra; y aunque esos bocetos estén, la mayoría de las veces, trazados sobre puertas de cuartel y sobre paredes de taberna, no dejarán de reconocer, con tanto parecido como en la historia del señor Anquetil, las imágenes de Luis XIII, de Ana de Austria, de Richelieu, de Mazarino y de la mayoría de los cortesanos de la época.

  • av Juan Valera
    229,-

    Aunque se ame y se respete la virtud, no se debe creer que sea tan vocinglera y tan espantadiza como la de ciertos censores del día. Si hubiéramos de escribir a gusto de ellos, si hubiéramos de tomar su rigidez por valedera y no fingida, y si hubiéramos de ajustar a ella nuestros escritos, tal vez ni las Agonías del tránsito de la muerte, de Venegas, ni los Gritos del infierno, del padre Boneta, serían edificantes modelos que imitar. Por desgracia, la rigidez es sólo aparente. La rigidez no tiene otro resultado que el de exasperar los ánimos, haciéndoles dudar y burlarse, aunque sólo sea en sueños, de la hipocresía farisaica que ahora se usa. Véase, si no, el sueño que ha tenido un amigo nuestro, y que trasladamos aquí íntegro, cuando no para recreo, para instrucción de los lectores. Nuestro amigo soñó lo que sigue: -Más de dos mil seiscientos años ha, era yo en Susa un sátrapa muy querido del gran rey Arteo, y el más rígido, grave y moral de todos los sátrapas. El santo varón Parsondes había sido mi maestro, y me había comunicado todo lo comunicable de la ciencia y de la virtud del primer Zoroastro.

  • av Gonzalo de Berceo
    451,-

    1. En el nomne glorioso del Rey omnipotent Que façe sol e luna naçer en orient, Quiero fer la passion de sennor Sant Laurent En romaz que la pueda saber toda la gent.2. Vinçençio e Laurençio omnes sin depresura Ambos de Uesca fueron, dizlo la escriptura, Ambos fueron katolicos, ambos de grant cordura, Criados de Valerio e de la su natura.3. Al tiempo que Valerio tenia la bispalia El bispado de Uesca muy noble calongia, Nudrió estos criados, desmostrolis la via, Que amasen al fijo de la Virgo Maria.4. En prender el su seso fueron bien acordados Commo si los oviese Sant Paulo doctrinados: Mantenian a derechas los sus arçiagnados, Los fructos de sus prestamos non los tenien alzados.5. En complir con su offiçio metien toda mission, Convertien los errados con su predicaçion, Juzgaban tos iudiçios por derecha razon, Avielos Jesuchristo plenos de bendi~ion.6. Tenie en essi tiempo en Roma el papado Un sancto apostoligo, Sixto era clamado, Bien en tierras de Greçia naçió e fue criado, Primero fue filosofo, despues papa alzado.7. Por ordenar las cosas que avie comendadas, Que de Dios a la alma nol fuessen demandadas, Envió por las tierras las cartas seelladas, Mandar las clareçias quando fuesen yuntadas.

  • av Roberto Jorge Payro
    411,-

    -¿Estará usted listo para el 5? Hoy es 2, y no hay tiempo que perder. -Sí, señor; estaré.Venía yo de Santa Fe, donde acababa de asistir a la comedia política representada con motivo del cambio de gobernador, y la dirección de La Nación me invitaba a hacer un viaje al extremo austral de la República, visitando cuanto paraje encontrara al paso. La misión me sonreía, pues con ella iba a realizarse uno de mis mayores deseos: conocer esas tierras patagónicas en que muchos hombres de pensamiento cifran tan altas esperanzas, experimentar las impresiones de una navegación en pleno océano, y quizá ser útil a los habitantes cuasi solitarios de aquellas apartadas comarcas.La partida del transporte nacional Villarino estaba fijada para el 5 de febrero, a las 10 de la mañana. Debía llevar a su bordo al Dr. Francisco P. Moreno, perito argentino, y sus ayudantes militares y civiles, hasta Santa Cruz, punto de arranque de la nueva expedición emprendida por el infatigable hombre público.El 5 estuve listo, pero la partida fue postergándose hasta el 12, porque era necesario ensayar las dos lanchas Tornicroft que el Dr. Moreno iba a llevar consigo para explorar los lagos Argentino y Buenos Aires. Por fin hubo que limitar ese ensayo a la prueba de la caldera con presión de agua, y embarcar la lancha que se había armado, sin desarmarla completamente.

  • av Juan Valera
    229,-

    Hace ya siglos que en una gran ciudad, capital de un reino, cuyo nombre no importa saber, vivía una pobre y honrada viuda que tenía una hija de quince abriles, hermosa como un sol y cándida como una paloma. La excelente madre se miraba en ella como en un espejo, y en su inocencia y beldad juzgaba poseer una joya riquísima que no hubiera trocado por todos los tesoros del mundo. Muchos caballeros, jóvenes y libertinos, viendo a estas dos mujeres tan menesterosas, que apenas ganaban hilando para alimentarse, tuvieron la audacia de hacer interesadas e indignas proposiciones a la madre sobre su hermosa niña; pero ésta las rechazó siempre con aquella reposada entereza que convence y retrae mil veces más que una exagerada y vehemente indignación. Lo que es a la muchacha nadie se atrevía a decir los que suelen llamarse con razón atrevidos pensamientos. Su candor y su inocencia angelical tenían a raya a los más insolentes y desalmados. La buena viuda además estaba siempre hecha un Argos, velando sobre ella.

  • av Fyodor Dostoevsky
    770,-

    Alexei Fiodorovitch Karámazov era el tercer hijo de un terrateniente de nuestro distrito llamado Fiodor (Teodoro) Pavlovitch, cuya trágica muerte, ocurrida trece años atrás, había producido sensación entonces y todavía se recordaba. Ya hablaré de este suceso más adelante. Ahora me limitaré a decir unas palabras sobre el «hacendado», como todo el mundo le llamaba, a pesar de que casi nunca había habitado en su hacienda. Fiodor Pavlovitch era uno de esos hombres corrompidos que, al mismo tiempo, son unos ineptos ¿tipo extraño, pero bastante frecuente¿ y que lo único que saben es defender sus intereses. Este pequeño propietario empezó con casi nada y pronto adquirió fama de gorrista. Pero a su muerte poseía unos cien mil rublos de plata. Esto no le había impedido ser durante su vida uno de los hombres más extravagantes de nuestro distrito. Digo extravagante y no imbécil, porque esta clase de individuos suelen ser inteligentes y astutos. La suya es una ineptitud específica, nacional.

  • av Pedro Antonio de Alarcón
    451,-

    Al verlo, di de mano a mi tarea y traté de marcharme pero el hombre de lo pasado me atajó en mi camino; congratulose muy formalmente de aquella afición que advertía en mí hacia los monumentos históricos; tratome como a compañero nato suyo, diome un cigarro, mitad de tabaco y mitad de matalahúva, y acabó por referirme (con el más melancólico acento y profunda emoción, a pesar de ser muy buen cristiano y Cofrade de la Hermandad del Santo Sepulcro) todas las tradiciones accitanas del tiempo de los moros y todas las tradiciones alpujarreñas del tiempo de los moriscos, poniendo particular empeño en sublimar a mis ojos la romántica figura de ABEN-HUMEYA.Yo lo escuché con un interés y una agitación indefinibles..., y desde aquel punto y hora abandoné la empresa de demoler la Alcazaba y di cabida al no menos temerario propósito de salvar un día las eternas nieves que cierran al Sur el limitado horizonte de Guadix, a fin de descubrir y recorrer unos misteriosos cerros y valles, pueblos y ríos, derrumbaderos y costas que, según vagas noticias (tal fue la fórmula de aquel genio sin alas), quedaban allá atrás, como aprisionados, entre las excelsas cumbres de la Sierra y el imperio líquido del mar...

  • av Fyodor Dostoevsky
    451,-

    A las nueve de la mañana de un día de finales de noviembre, el tren de Varsovia se acercaba a toda marcha a San Petersburgo. El tiempo era de deshielo, y tan húmedo y brumoso que desde las ventanillas del carruaje resultaba imposible percibir nada a izquierda ni a derecha de la vía férrea. Entre los viajeros los había que tornaban del extranjero; pero los departamentos más llenos eran los de tercera clase, donde se apiñaban gentes de clase humilde procedentes de lugares más cercanos. Todos estaban fatigados, transidos de frío, con los ojos cargados por una noche de insomnio y los semblantes lívidos y amarillentos bajo la niebla.

  • av Lope de Vega
    371,-

    TEODORO Amor loco, amor loco, yo por vós, y vós por otro.LEONARDO Algo vienes divertido.TEODORO Bien dijo Montemayor esta canción.LEONARDO Galaor se te ha en el alma infundido; ya quieres, y ya no quiero.TEODORO De tanto buscar placer casi he venido a tener el amor de las mujeres.LEONARDO Los que en Dios ponen su amor, dioses la escritura llama, y al que los pecados ama,llama el mundo pecador. Y así he venido a entender, aunque esto te cause espanto, que el que a mujer ama tanto, por fuerza ha de ser mujer.TEODORO Cuando te vi comenzar por eso de la escritura, creí de tu compostura que querías predicar. ¿Mas dónde hallaste camino tan satírico y villano, que para llamarme humano por lo divino? Mas volviendo a tu argumento, de que el amante es lo mismo que amar, a tu silogismo responderé, estame atento.LEONARDO ¿Para qué es el atención?TEODORO Para...

  • av Henry James
    451,-

    Cuando pensaba en ello, el Príncipe se daba cuenta de que Londres siempre le había gustado. El Príncipe era uno de esos romanos modernos que encuentran junto a las orillas del Támesis una imagen más convincente de la fidelidad del antiguo estado que la que habían dejado junto a las orillas del Tíber. Formado en la leyenda de aquella ciudad a la que el mundo entero rendía tributo, veía en el actual Londres, mucho más que en la contemporánea Roma, la verdadera dimensión del concepto de Estado. Se decía el Príncipe que, si se trataba de una cuestión de Imperium, y si uno quería, como romano, recobrar un poco ese sentido, el lugar al que debía ir era al Puente de Londres y, mejor aún, si era en una hermosa tarde de mayo, al Hyde Park Corner. Sin embargo, a ninguno de estos dos lugares, al parecer centros de su predilección, había guiado sus pasos en el momento en que le encontramos, sino que había ido a parar, lisa y llanamente, a Bond Street, en donde su imaginación, propicia ahora a ejercicios de alcance relativamente corto, le inducía a detenerse de vez en cuando ante los escaparates en los que se exhibían objetos pesados y macizos, en oro y plata, en formas aptas para llevar piedras preciosas en cuero, hierro, bronce, destinados a cien usos y abusos, tan apretados como si fueran, en su imperial insolencia, el botín de victorias alcanzadas en lejanos pagos. Sin embargo, los movimientos del joven Príncipe en manera alguna revelaban atención, ni siquiera cuando se detenía al vislumbrar algunos rostros que pasaban por la calle junto a él bajo la sombra de grandes sombreros con cintajos, u otros todavía más delicadamente matizados por las tensas sombrillas de seda, sostenidas de manera que quedaban con una intencionada inclinación, casi perversa, en los coches del tipo victoria que esperaban junto a la acera.

  • av Jose Rizal
    411,-

    REGÍSTRASE en la historia de los padecimientos humanos un cáncer de un carácter tan maligno que el menor contacto le irrita y despierta en él agudísimo dolores. Pues bien, cuantas veces en medio de las civilizaciones modernas he querido evocarte, ya para acompañarme de tus recuerdos, ya para compararte con otros países, tantas se me presentó tu querida imagen como un cáncer social parecido. Deseando tu salud que es la nuestra, y buscando el mejor tratamiento, haré contigo lo que con sus enfermos los antiguos: exponíanlos en las gradas del templo, para que cada persona que viniese de invocar a la Divinidad les propusiese un remedio. Y a este fin, trataré de reproducir fielmente tu estado sin contemplaciones; levantaré parte del velo que encubre el mal, sacrificando a la verdad todo, hasta el mismo amor propio, pues, como hijo tuyo, adolezco también de tus defectos y flaquezas.Europa, 1886 EL AUTOR

  • av Henry James
    451,-

    Cuando concurren ciertas circunstancias, pocos momentos hay en la vida que resulten más gratos que esa hora que se dedica a la ceremonia conocida como el té de la tarde. Hay circunstancias en las que, tanto si uno toma té como si no ¿y, por supuesto, hay gente que jamás lo hace¿, la situación resulta placentera por sí misma. Aquellas que tengo en la mente al iniciar la narración de esta sencilla historia hacían que el escenario de tan inocente pasatiempo resultase digno de admiración. Los elementos del ligero refrigerio habían sido colocados sobre el césped de una antigua casa solariega inglesa, en lo que yo calificaría como el momento perfecto, en mitad de una espléndida tarde de verano. Parte de dicha tarde ya había transcurrido, pero todavía quedaba mucha por delante, y lo que restaba era de una calidad única e insuperable. El crepúsculo de verdad tardaría muchas horas en llegar; pero la intensidad de la luz estival había comenzado a disminuir, el aire se había vuelto sedoso, las sombras se alargaban sobre la hierba suave y tupida. Crecían con lentitud, sin embargo, y la escena transmitía esa sensación del deleite anunciado que tal vez sea la principal fuente de placer al presenciar un momento así a una hora como esa. De las cinco a las ocho de la tarde transcurre en ciertas ocasiones una pequeña eternidad; pero en una como la que nos ocupa dicho intervalo no puede ser otra cosa que una eternidad de placer. Las personas allí presentes disfrutaban con calma de dicho placer, y no eran miembros del sexo al que se supone que pertenecen los devotos incondicionales de la ceremonia que acabo de mencionar.

  • av Voltaire
    411,-

    No me propongo escribir tan sólo la vida de Luis XIV; mi propósito reconoce un objeto más amplio. No trato de pintar para la posteridad las acciones de un solo hombre, sino el espíritu de los hombres en el siglo más ilustrado que haya habido jamás.Todos los tiempos han producido héroes y políticos, todos los pueblos han conocido revoluciones, todas las historias son casi iguales para quien busca solamente almacenar hechos en su memoria; pero para todo aquél que piense y, lo que todavía es más raro, para quien tenga gusto, sólo cuentan cuatro siglos en la historia del mundo. Esas cuatro edades felices son aquellas en que las artes se perfeccionaron, y que, siendo verdaderas épocas de la grandeza del espíritu humano, sirven de ejemplo a la posteridad.El primero de esos siglos, al que la verdadera gloria está ligada, es el de Filipo y de Alejandro, o el de los Pericles, los Demóstenes, los Aristóteles, los Platón, los Apeles, los Fidias, los Praxiteles; y ese honor no rebasó los límites de Grecia; el resto de la tierra entonces conocida era bárbara.La segunda edad es la de César y de Augusto, llamada también la de Lucrecio, Cicerón, Tito Livio, Virgilio, Horacio, Ovidio, Varrón y Vitruvio.

  • av Gertrudis Gómez de Avellaneda
    451,-

    La muerte de Maximiano I colocaba en la frente de Carlos V la corona imperial de la Alemania, y mientras el nuevo César recibía el cetro en Aquisgrán, y la España, presa de la codicia y la arbitrariedad de algunos flamencos, ardía en intestinas disensiones, el genio osado y sagaz de Hernán Cortés, ensanchando los límites de los ya vastos dominios de aquel monarca, lanzábase a sujetar a su trono el inmenso continente de las Indias occidentales.En vano Diego Velázquez, arrepentido de haberle entregado el mando del ejército, temeroso de su osadía y envidioso de su fortuna, quisiera detenerle en su rápida y victoriosa carrera; en vano también habían conspirado sordamente contra él enemigos subalternos.Verificando política y oportunamente en Veracruz la dimisión del cargo conferido y revocado por Diego Velázquez, había conseguido el astuto caudillo asegurarse el mando que anhelaba y en el cual se sostuviera hasta entonces con mas osadía que derecho.

  • av Wilkie Collins
    451,-

    Esta es la historia de lo que puede resistir la paciencia de la Mujer y de lo que es capaz de lograr la tenacidad del Hombre. Si en el mecanismo de la Ley para investigar cada caso sospechoso y conducir cualquier proceso la influencia lubricante del oro desempeñase un papel secundario, los sucesos que vamos a narrar en estas páginas podrían haber reclamado la atención pública ante los Tribunales de Justicia. Pero la Ley, en algunos casos, está inevitablemente a las órdenes del que presenta la bolsa más repleta y por ello contamos la historia por primera vez en este lugar tal como debió haberla oído algún día el Juez; así va a escucharla ahora el Lector. Ninguna circunstancia importante, de principio a fin de esta declaración, ha de relatarse de oídas. Cuando el que escribe estas líneas introductorias (de nombre Walter Hartright) haya estado en relación más directa que otros con los sucesos de que habla él mismo lo contará. Cuando falle su conocimiento de los hechos dejará su lugar de narrador, y su tarea la continuarán, desde el punto en que él lo haya dejado, personas que pueden hablar de las circunstancias de cada suceso con tanta seguridad y evidencia como él mismo ha hablado en anteriores ocasiones. Por tanto esta historia la escribirá más de una pluma, tal como en los procesos por infracciones de la Ley el Tribunal escucha a más de un testigo, con el mismo objeto, en ambos casos, de presentar siempre la verdad de la manera más clara y directa; y para llegar a una reconstrucción completa de los hechos intervienen personas que tuvieron una estrecha relación con ellos en cada una de sus sucesivas fases, que relatan palabra por palabra, su propia experiencia. Oigamos primero a Walter Hartright, profesor de dibujo, de veintiocho años de edad.

  • av Miguel De Cervantes Saavedra
    229,-

    donde es la pena tan larga¡Triste ¡Triste y miserable estado!esclavitud amarga,amo de Aurelio.infierno puesto en el mundo,cuan corto el bien y abreviado!¡Oh purgatorio en la vida, estrecho do no hay salida!mal que no tiene segundo,daño que entre los mayoresse reparte en los ¡Cifra de cuanto dolordolores,se ha de tener por mayor!¡Necesidad increíble, mal visible e invisible!trato mísero intratable,muerte creíble y palpable,retrato de penitencia!pobre vida descubre si es valerosa;¡Toque que nuestra pacienciatrabajosa, que, según me es enemigo,a un punto de lo que siento.no llegará cuanto digoCállese aquí este tormento,Pondérase mi dolor yque mi cuerpo está entre moroscon decir, bañado en lloros,el alma en poder de Amor.

  • av Henry James
    451,-

    Las gentes de Francia nunca han ocultado que las de Inglaterra, hablando en general, son, a su modo de ver, una raza inexpresiva y taciturna, perpendicular e insociable, poco aficionada a cubrir cualquier sequedad de trato mediante recamados verbales o de otra clase. Es probable que esta impresión pareciera respaldada, hace unos años, en París, debido al modo en que cuatro personas se hallaban sentadas juntas en silencio, un buen día cerca de las doce de la mañana, en el jardín, como se lo denomina, del Palais de l¿Industrie: el patio central del gran bazar acristalado, donde entre plantas y parterres, senderos de grava y fuentes sutiles, se alinean las figuras y los grupos, los monumentos y los bustos, que forman la sección de escultura en la exposición anual del Salón. El espíritu de observación se pone automáticamente en el Salón muy alerta, estimulado por un millar de detalles llamativos angélicos o desangelados, mas no habría hecho falta ninguna tensión especial del sentido de la vista para percatarse de las características de las cuatro personas en cuestión. Como reclamo para el ojo por méritos propios, también ellos constituían un hecho artístico logrado; y hasta el más superficial de los observadores los habría catalogado como creaciones notables de una vecindad insular, representantes de esa clase impecable e impermeable con la cual, en las ocasiones repetidas en que los ingleses salen de vacaciones (Navidad y Pascua de Resurrección, Pentecostés y el otoño), París se ve rociada entera en el plazo de una noche. Había en ellos con plenitud el indefinible aspecto característico del viajero británico en el extranjero: ese aire de preparación a correr riesgos, materiales y morales, tan extrañamente combinada con una serena demostración de seguridad y perseverancia, el cual aire despierta, según la susceptibilidad de cada cual, la ira o la admiración de las comunidades extranjeras. Eran todavía más inconfundibles por ser ejemplares muy conseguidos de la enérgica raza a la que teman el honor de pertenecer. La luz dulce y difusa del Salón los hacía aparecer inmaculados e importantes; eran a su modo producciones acabadas, y permanecían allí inmóviles, en su banco verde; eran parte de la exposición casi tanto como si los hubiesen colgado de una alcayata a la altura del ojo.

  • av El Inca Garcilaso de La Vega
    451,-

    Por haber en mis niñeces, Serenísimo Príncipe, oído a mi padre y a sus deudos las heroicas virtudes y las grandes hazañas de los reyes y príncipes de gloriosa memoria, progenitores de Vuestra Excelencia, y las proezas en armas de la nobleza de ese famoso reino de Portugal, y por haberlas yo leído después acá en el discurso de mi vida, no solamente las que han hecbo en España, mas también las de África, y las de la gran India oriental y su larga y admirable navegación, y los trabajos y afanes en la conquista de ella y en la predicación del Santo Evangelio los ilustres lusitanos han pasado, y las grandezas que los reyes y príncipes para lo uno y para lo otro han ordenado y mandado, he sido siempre muy aficionado al servicio de Sus Majestades y a todos los de su reino.

  • av Herman Melville
    451,-

    Llamadme Ismael. Hace unos años ¿no importa cuánto hace exactamente ¿, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a nave gar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala. Con floreo filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, calladamente, me meto en el barco. No hay nada sorprendente en esto. Aunque no lo sepan, casi todos los hombres, en una o en otra ocasión, abrigan sentimientos muy parecidos a los míos respecto al océano. Ahí tenéis la ciudad insular de los Manhattos, ceñida en torno por los muelles como las islas indias por los arrecifes de coral: el comercio la rodea con su resaca. A derecha y a izquierda, las calles os llevan al agua. Su extremo inferior es la Batería, donde esa noble mole es bañada por olas y refrescada por brisas que pocas horas antes no habían llegado a avistar tierra. Mirad allí las turbas de contempladores del agua.

  • av George Sand
    451,-

    No pienso que haya orgullo e impertinencia en escribir la historia de la propia vida y aún menos en elegir, en los recuerdos que esa vida ha dejado en nosotros, los que merezcan la pena de ser conservados. Esto, para mí, resulta por otra parte, un penoso deber, ya que nada hay tan difícil como definirse a sí mismo. El estudio del corazón humano es de tal naturaleza, que cuanto más se adelanta en él menos claro se ve; y para ciertos espíritus activos, conocerse resulta un estudio fastidioso y siempre incompleto. Sin embargo, cumpliré ese deber; lo he tenido siempre ante mis ojos; me he prometido no morir sin hacer lo que en toda ocasión aconsejé a los demás: un estudio sincero y un examen atento de la naturaleza y de la existencia propias.

  • av Vicente Blasco Ibañez
    411,-

    Al sentir un roce en el cuello, Fernando de Ojeda soltó la pluma y levantó la cabeza. Una palmera enana movía detrás de él con balanceo repentino sus anchas manos de múltiples y puntiagudos dedos. Para evitarse este contacto avanzó el sillón de junco, pero no pudo seguir escribiendo. Algo nuevo había ocurrido en torno de él mientras con el pecho en el filo de la mesa y los ojos sobre los papeles huía lejos, muy lejos, acompañado en esta fuga ideal por el leve crujido de la pluma. Vio con el mismo aspecto exterior cosas y personas al salir de su abstracción; pero una vida interna, ruidosa y móvil parecía haber nacido en las cosas hasta entonces inanimadas, mientras la vida ordinaria callaba y se encogía en las personas, como poseída de súbita timidez.

  • av Soledad Acosta de Samper
    411,-

    La esposa que Dios me ha dado y a quien con suma gratitud he consagrado mi amor, mi estimación y mi ternura, jamás se ha envanecido con sus escritos literarios, que considera como meros ensayos; y no obstante la publicidad dada a sus producciones, tanto en Colombia como en el Perú, y la benevolencia con que el público la ha estimulado en aquellas repúblicas, ha estado muy lejos de aspirar a los honores de otra publicidad más durable que la del periodismo. La idea de hacer una edición, en libro, de las novelas y los cuadros que mi esposa ha dado a la prensa, haciéndose conocer sucesivamente bajo los seudónimos de Bertilda, Andina y Aldebarán, nació de mí exclusivamente; y hasta he tenido que luchar con la sincera modestia de tan querido autor para obtener su consentimiento.

  • av Wilkie Collins
    451,-

    En alguna de mis novelas anteriores me propuse establecer la influencia ejercida por las circunstancias sobre el carácter. En la presente historia he invertido el proceso. Mi meta ha sido señalar aquí la influencia ejercida por el carácter sobre las circunstancias. La conducta seguida por una muchacha ante una emergencia insospechada constituye el cimiento sobre el que he levantado esta obra. Idéntico propósito es el que me ha guiado en el manejo de los otros personajes que aparecen en estas páginas. El curso seguido por su pensamiento y su acción en medio de las circunstancias que los rodean resulta, tal como habría ocurrido muy probablemente en la vida real, unas veces correcto, otras equivocado. Acertada o falsa su conducta, no dejan en ningún instante de regir la acción de aquellas partes del relato que les incumben a cada uno, frente a cualquier evento.

  • av Hans Christian Andersen
    451,-

    En el centro de un jardín crecía un rosal, cuajado de rosas, y en una de ellas, la más hermosa de todas, habitaba un elfo, tan pequeñín, que ningún ojo humano podía distinguirlo. Detrás de cada pétalo de la rosa tenía un dormitorio. Era tan bien educado y tan guapo como pueda serlo un niño, y tenía alas que le llegaban desde los hombros hasta los pies. ¡Oh, y qué aroma exhalaban sus habitaciones, y qué claras y hermosas eran las paredes! No eran otra cosa sino los pétalos de la flor, de color rosa pálido. Se pasaba el día gozando de la luz del sol, volando de flor en flor, bailando sobre las alas de la inquieta mariposa y midiendo los pasos que necesitaba dar para recorrer todos los caminos y senderos que hay en una sola hoja de tilo. Son lo que nosotros llamamos las nervaduras; para él eran caminos y sendas, ¡y no poco largos! Antes de haberlos recorrido todos, se había puesto el sol; claro que había empezado algo tarde.

  • av Thomas Wolfe
    451,-

    Este es un primer libro, y en él ha escrito el autor sobre experiencias ahora lejanas y perdidas, pero que antaño fueron parte del tejido de su vida. Por consiguiente, si algún lector dijera que el libro es «autobiográfico», el autor no podría contestarle; a su entender; toda obra seria de ficción es autobiográfica, y así, por ejemplo, no es fácil imaginar una obra más autobiográfica que Los viajes de Gulliver. Sin embargo, esta nota va principalmente dirigida a las personas a quienes pudo conocer el autor en el periodo abarcado por estas páginas. A esas personas les diría algo que cree que comprenden ya: que este libro fue escrito con espíritu cándido y desnudo, y que el principal empeño del autor fue dar la plenitud, vida e intensidad a las acciones y a los personajes del libro que creaba. Ahora que este va a publicarse, quisiera insistir en que es un libro de ficción, en el que no pretendió retratar a nadie. Pero nosotros somos la suma de todos los momentos de nuestras vidas; todo lo nuestro está en ellos: no podemos eludirlo ni ocultarlo. Si el escritor ha empleado la arcilla de la vida para crear su libro, no ha hecho más que emplear lo que todos los hombres deben usar, lo que nadie puede dejar de usar. Ficción no es realidad, pero la ficción es una realidad seleccionada y asimilada, la ficción es una realidad ordenada y provista de un designio. El doctor Johnson observó que un hombre debería revolver media biblioteca para escribir un solo libro; de la misma manera, el novelista puede tener que estudiar a la mitad de la gente de una ciudad para crear un solo personaje de su novela. Esto no es todo el método, pero cree el autor que ilustra todo el método en un libro escrito desde media distancia y sin rencor ni mala intención.

  • av D. H. Lawrence
    451,-

    Una mañana, Úrsula y Gudrun Brangwen estaban sentadas en el balcón mirador de la casa de su padre, trabajando y conversando. Úrsula daba puntadas a un bordado de vívidos colores, y Gudrun dibujaba sobre una tabla que sostenía en las rodillas. Hablaban poco, con largos intervalos de silencio, y, cuando lo hacían, parecía que expresaran pensamientos que de tanto en tanto cruzaban al azar su mente. Gudrun dijo: ¿Úrsula, ¿tienes verdaderas ganas de casarte? Úrsula dejó el bordado en su regazo y alzó la vista. La expresión de su cara era serena y meditativa. Replicó: ¿No lo sé. Depende de lo que hayas querido decir. Gudrun quedó levemente sorprendida y miró durante unos instantes a su hermana. Con ironía repuso: ¿Bueno¿ por lo general, casarse sólo significa una cosa. De todos modos, ¿no crees que estarías ¿en este punto, la expresión de Gudrun se hizo levemente sombríä en mejor situación que en la que estás? Una sombra cruzó la cara de Úrsula: ¿Quizá. Pero tampoco lo sé con certeza.

  • av Jose Rizal
    411,-

    Facilmente se puede suponer que un filibustero ha hechizado en secreto á la liga de los fraileros y retrógrados para que, siguiendo inconscientes sus inspiraciones, favorezcan y fomenten aquella política que solo ambiciona un fin: estender las ideas del filibusterismo por todo el país y convencer al último filipino de que no existe otra salvacion fuera de la separacion de la Madre-Patria.Ferdinand BlumentrittA la memoria de los Presbíteros, don Mariano GOMEZ (85 años), don José BURGOS (30 años) y don Jacinto ZAMORA (35 años) ejecutados en el patíbulo de Bagumbayan, el 28 de Febrero de 1872.

  • av Charles Dickens
    451,-

    Con frecuencia paseo por la noche. En verano salgo de casa por la mañana y paso el día vagando por campos y veredas; a veces, me ausento varios días o semanas enteras. Pero, si no estoy en el campo, raras veces salgo antes del anochecer. Sin embargo, y doy las gracias al cielo, me encanta la luz del día y, como a todo ser vivo, me llena de alegría verla esparcida sobre la faz de la Tierra. He adoptado este hábito inconscientemente porque se aviene bien con mi enfermedad y me ofrece más posibilidades de especular sobre el carácter y ocupaciones de quienes van por la calle. La claridad y el trajín del mediodía no se adaptan a este tipo de especulaciones ociosas. El vislumbre de una cara a la luz de una farola o de un escaparate conviene mejor a mi propósito que la revelación a la plena luz del día; y, si debo decir la verdad, la noche es más amable a este respecto que el día, el cual, sin la menor ceremonia ni remordimiento, destruye los castillos construidos en el aire en el momento mismo de ser terminados.

  • av Maxime Gorki
    451,-

    Cada mañana, entre el humo y el olor a aceite del barrio obrero, la sirena de la fábrica mugía y temblaba. Y de las casuchas grises salían apresuradamente, como cucarachas asustadas, gentes hoscas, con el cansancio todavía en los músculos. En el aire frío del amanecer, iban por las callejuelas sin pavimentar hacia la alta jaula de piedra que, serena e indiferente, los esperaba con sus innumerables ojos, cuadrados y viscosos. Se oía el chapoteo de los pasos en el fango. Las exclamaciones roncas de las voces dormidas se encontraban unas con otras: injurias soeces desgarraban el aire. Había también otros sonidos: el ruido sordo de las máquinas, el silbido del vapor. Sombrías y adustas, las altas chimeneas negras se perfilaban, dominando el barrio como gruesas columnas.

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