Om El Cuento de Las Mágicas Telarañas
La historia, recogida de un relato realizado por un viejo anciano del pueblo de las Altas Cumbres, cuenta que en tiempos inmemoriales en el sitio donde ahora se encuentra el Mar de la Indiferencia era un amplio valle en el cual nacían las más bellas flores y se producían las más exquisitas frutas. Las buganvillas, las azucenas, los geranios, los crisantemos y las begonias brotaban de la tierra sin que mano humana las hubiese sembrado; los capulíes, los duraznos, las chirimoyas, las satsumas, aguacates y reinas claudias crecían naturalmente en los árboles. Esta gran variedad de delicias la disfrutaban por igual los tres pueblos que rodeaban el valle. Los muchachos de los tres poblados, luego de sus tareas en casa y en las épocas de mayor producción salían a recolectar las flores y los frutos. Los mayores sabían que, mientras mayor era una cosecha presente, al año siguiente esta se multiplicaría. Esta era una buena razón para alentar a los jóvenes a que realizaran cosechas abundantes; claro que - recordaba el anciano-, en ciertos años el clima les jugaba malas pasadas; sin embargo, aquellos pésimos momentos nunca los desanimaba, pues, lo poco que lograban obtener de la tierra lo consumían en el mismo sitio donde crecían los frutales; las cortezas y semillas se dejaban en el suelo para fructificar los suelos y para tener mejor cosecha el año siguiente. Este ciclo virtuoso se había repetido desde tiempos ancestrales, y los pueblos circundantes jamás tuvieron rencillas en el reparto de lo que producía el valle de forma natural. Había suficiente para todos. Hasta que llegó un malhadado día.
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