Om EL PARTIDO
Los partidos entre Palmeiras y Boca fueron la mayor referencia de choques coperos a principios del siglo XXI con cuatro batallas épicas en solo doce meses. El último de ellos, jugado el miércoles 13 de junio de 2001 en San Pablo, tuvo todos los matices que atraparon no solo a sus fanáticos sino, también, al resto de la comunidad futbolera.
Dentro de la cancha, el unipersonal de Juan Román Riquelme ocupó todo el diccionario de elogios para describir su tarea. Dueño absoluto de la pelota, del desarrollo y de todos los conceptos que aplicó en los diferentes momentos del partido. Actuación premium que abrió otras cuestiones interesantes, como el debate por su ausencia en el seleccionado nacional con vistas al Mundial Corea-Japón 2002 y, a dos décadas de aquella noche mágica, la cantidad de varones, nacidos en Brasil, que fueron bautizados con su apellido como nombre inicial.
Sin embargo, solo fue el punto más alto de todo lo acontecido porque los focos se multiplicaron antes y después: el fuerte entredicho entre los referentes del plantel boquense y parte de la dirigencia, a solo dos días del match definitorio, pareció desestabilizar la pasta de campeón del entonces dueño del mundo. Pasta que mostró en el césped del Parque Antártica para eliminar a su rival. Y ese carácter mezclado con sed de venganza para el estallido posterior en el vestuario contra apellidos no elegidos al azar. Por otro lado, el ambiente violento propuesto por la torcida de Palmeiras, no solo en el festival pirotécnico para interrumpir el sueño nocturno, sino también en acciones dentro del estadio contra todo lo que fuese azul y amarillo; más un ataque directo al juez de línea que, insólitamente visto desde la actualidad, no provocó la suspensión del partido.
Fútbol de alto vuelo, tensión, juego fuerte, dramatismo, discusiones externas, un clima bien caldeado y el legado de lo vivido aquella noche fueron el embrión de esta publicación que usted tiene en sus manos.
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