Om El Regreso del Nativo
Se aproximaba la hora del crepúsculo de un sábado de noviembre, y la vasta extensión de ilimitado erial conocida por el nombre de Egdon Heath se entenebrecía por momentos. Allá en lo alto, la cóncava extensión de nubes blanquecinas que cubría el cielo era como una tienda que tuviera por suelo todo el páramo. Como el firmamento estaba revestido por ese pálido velo y la tierra por la más oscura vegetación, el punto en que ambos se encontraban en el horizonte quedaba claramente definido. Debido a ese contraste, el páramo había adoptado el aspecto de un adelanto de la noche que se hubiera apropiado del lugar antes de la llegada de su hora astronómica: la oscuridad se había adueñado en un alto grado de la tierra, mientras que el día perduraba distintamente en el cielo. De mirar a lo alto, un cortador de aulaga se habría sentido inclinado a seguir su trabajo; de mirar hacia abajo, habría decidido terminar con el haz que tenía entre las manos e irse a casa. Los distantes confines del mundo y del firmamento parecían ser una división del tiempo, además de una división de la materia. La superficie del páramo, por su solo aspecto, le añadía media hora a la tarde; de manera similar podía retrasar el alba, entristecer el mediodía, anticipar la fiereza de tormentas apenas constituidas e intensificar la opacidad de una medianoche sin luna hasta hacerla motivo de miedos y temblores.
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